Para que las generaciones futuras no tengan que pasarse horas interrogando un texto, y así sean más estúpidas (o tengan más tiempo para dormir)

16/5/08

Prometeo encadenado, de Esquilo

Consigna: Explicar qué modelo de hombre se propone en la obra teatral y en qué manera se opone al modelo platónico.

Introducción

En Prometeo Encadenado, a diferencia de la mayoría de las tragedias, el discurso predominante parece imperar desde el inicio, sin ambages, pero sin excluir otras alocuciones. Tan sólo la Fuerza, la Violencia y Hermes permanecen como firmes antagonistas; el resto de los personajes demuestra su apoyo hacia al titán o su reticencia a damnificarlo. Así, Hefesto, el dios encargado de atarlo, aquel al que Prometeo robó el fuego, cumple lo que le ha sido ordenado sin desearlo realmente, con disgusto y obligado por la presencia de la Fuerza y la Violencia; Océano, por otra parte, señala la insensatez de la posición de Prometeo pero se propone interceder por él ante Zeus; e Io, lamentándose de su propia tragedia, expresa conformidad con los discursos del titán. Asimismo, el coro, que usualmente fluctúa entre una posición u otra (a excepción de Las bacantes, donde en todo momento apoyan a Dioniso), expresa desde el inicio piedad hacia Prometeo: señala repetidamente la hybris en el discurso del titán, y hasta admite que este merece el castigo impuesto porque ha delinquido al desafiar a Zeus ayudando a los mortales, pero nunca deja de compadecerlo, y al final, luego de la discusión con Hermes, afirma definitivamente el apoyo al titán encadenado: «Con este quiero sufrir lo que sea preciso, pues he aprendido a odiar a los traidores, y no hay peste que aborrezca más que esta.»

De este modo, aquello que diga Prometeo va a ser lo predominante en la obra, y a partir de lo cual se erigirá un modelo de hombre y una creación de sentido radicalmente distinta de lo propuesto por Platón.


La propuesta en Prometeo encadenado y su contraposición con el modelo platónico

Podría decirse que Prometeo es, ante todo, una reafirmación desesperada de la vida, del hombre, de la creación y las artes, de la propia individualidad y, ante todo, de la voluntad febril (que no pocas veces será llamada orgullo o arrogancia por los interlocutores), la elección incondicionada por un impulso externo:

Es fácil al que tiene el pie fuera de las desgracias aconsejar y amonestar al infortunado. Pero todo esto yo lo sabía. De grado, de grado falté, no lo negaré; ayudando a los mortales yo mismo me he encontrado trabajos.[1]

Frente a Zeus, que al subir al trono paterno se propuso aniquilar a la raza existente para crear una nueva (es decir, una que dependiera directamente de él y tuviera que agradecerle la existencia), Prometeo abogó por los mortales, los protegió, educó y revalorizó, acercándolos a lo divino pero distanciándolos, a la vez, definitivamente, y afirmando en este acto la vigencia de lo diferente, de lo efímero, de la ficción: el titán no sólo otorgó la esperanza a los hombres para que dejaran de pensar en la muerte antes de tiempo, sino que también los dotó de inteligencia y conocimiento y les dio las artes, otorgándoles así mayor libertad frente a los dioses e independencia. Asimismo, les enseñó las artes medicinales y adivinatorias: un recurso contra la inexorabilidad de la muerte y una manera de acercarse a lo divino, de participar, aunque indirectamente, de las causas primeras. Es en este sentido en el que se revaloriza la vida, al darle mayor importancia que a la muerte y apostar por la creación de sentido y las “esperanzas ciegas” (evitándose así la desesperación del hombre en pérdida frente a la Moira inevitable), al adquirir conciencia y control sobre la vida misma a partir de las artes; es así como se revaloriza al hombre, al afirmar su valía frente a lo divino, al afirmarlo digno del amor de un inmortal como Prometeo. Esto difiere radicalmente de lo propuesto en el modelo platónico, donde lo terrenal va a tener una precaria condición ontológica frente a lo divino, y donde la existencia va a ser, para aquellos hombres sabios, una mera preparación para la muerte. En Platón es poco el lugar dejado a la esperanza gratuita, a la alegría de vivir por vivir: la razón que salta a lo inmutable es el paradigma, el rechazo de las pasiones, la regla. Toda creación que no haga a la conservación del régimen es caracterizada como un despreciable simulacro: las artes en su sentido menos utilitario, la adivinación (los misterios), la medicina son vistas, cada una por su parte, como algo que hay que mantener controlado, oculto o, en un caso extremo, es preciso eliminar. Nada más distinto del amor de Prometeo, que apuesta por una creación subversiva, por la efímera ficción.

Es precisamente con este amor que Prometeo afirma su individualidad y su voluntad frente al poder, y el valor de su creación. Entre la multiplicidad de discursos que sugieren que agache la cabeza ante el nuevo señor, como el de Océano, que expresa ante el titán: «conócete a ti mismo y adopta nuevas actitudes, pues también hay un nuevo tirano entre los dioses», Prometeo sigue fiel a su elección, a sus sentimientos y a su creación, aún cuando esta no pueda interceder por él: sigue fiel a sí mismo, y a causa de esto, conserva su libertad:

No cambiaría, sábelo bien, mi desgracia por tu servil condición. Es mejor, creo, estar esclavizado a esta roca que ser el fiel mensajero del padre Zeus.[2]

Así se reformula la libertad, que ya no pasa por una mera capacidad de movimiento físico independiente, sino que adquiere una dimensión espiritual: la condición servil y cobarde es la de aquellos que se inclinan ante el tirano de turno y ceden su libertad de expresión y elección (es decir, de aquellos que aceptan un régimen donde la única libertad posible es la de adhesión). Prometeo es libre, a pesar de sus cadenas, porque se mantiene fiel a sí mismo. Esta decisión, que es llamada orgullo o arrogancia por los otros, esta “enfermedad” es, sin embargo, lo que hace que sea el único inmortal libre[3]: su orgullo tiene una gratuidad eterna como él; los otros dioses viven encadenados al tirano, y la arrogancia arrolladora de ese mandatario, el poderoso Zeus, tiene bases tambaleantes: podría decirse que Zeus es esclavo de su propio poder. Es por eso que acude Hermes luego de que Prometeo se jactara de saber quién destronaría, porque Zeus teme por su propio dominio. Este temor no es más que una muestra de la precariedad del poder entre los dioses.

Por todo esto, a Prometeo le es dado declarar ante Hermes, con amarga ironía:

He aquí un discurso solemne y lleno de arrogancia, como de un criado de los dioses. Sois jóvenes y ejercéis un poder joven, y creéis que habitáis una fortaleza inaccesible a los dolores. Pero, ¿no he visto ya a dos soberanos caídos de estas alturas? Y al tercero, al que ahora señorea, lo veré caer con más ignominia y rapidez. [4]

Con esto se demuestra la fragilidad misma del poder, la convulsión en el terreno divino. En Prometeo encadenado se cuestiona el fundamento mismo, aquello que legitimará el régimen de dominio entre los hombres. El terreno divino no es inmutable. Y en esto también hay una diferencia con Platón. Si el filósofo griego intenta congelar el tiempo entre las divinidades y ocultar las antiguas generaciones de dioses, Esquilo señala repetidamente el tiempo entre los divinos, la fragilidad del fundamento, y el hecho de que el presente no es, necesariamente, mejor a lo que pasó:

Lloro por tu fatal destino, Prometeo; y vertiendo de mis delicados ojos una corriente de lágrimas mojo mi mejilla con húmedas fuentes. Hostilmente gobernando con leyes propias Zeus manifiesta a los dioses de antaño su lanza soberbia.

Ya todo este país ha lanzado un grito lastimero; sus pueblos gimen por la grandeza y el antiguo prestigio tuyo y de tus hermanos. [...][5]

Pero en la tragedia se va más allá: no sólo se señala la precariedad de lo divino[6], no sólo señala la hipocresía de lo que gobierna[7], sino que a partir de esas mismas falencias en el fundamento, parecería abrirse el juego de la creación de sentido, y permitirse apostar por un simulacro, tal como hace Prometeo al amar a los hombres.[8]

A partir de todo esto se entrevé, también, el ámbito de la política: un modelo que será distinto al de Platón. Tanto entre los olímpicos como en el modelo platónico, la ley del más fuerte se impone como elemento integrador y aglutinador. Prometeo se enfrenta a eso y sufre el castigo, pero su voz no calla: la fuerza es tan efímera como los hombres, como el día. Ni siquiera Zeus puede escapar de su destino. Frente a la libertad de adhesión, se afirma la libertad de opción; frente a la ley de más fuerte unida a una razón servil, se valoriza la importancia del sentimiento, sin por ello desvalorizar lo racional. Prometeo, al igual que Antígona en la tragedia de Sófocles, no es un personaje irracional: puede argüir razones, pero no por ello menosprecia sus sentimientos. La razón ya no es un fin, sino un medio; la tragedia prefigura, en este sentido, lo que luego diría Schiller: no hay divorcio entre razón y sentimientos.

Conclusión

Por todo lo dicho, se puede afirmar que el discurso predominante propone un modelo donde lo que se afirma es la voluntad creadora y gratuita, el afecto desinteresado, la libertad de opción y, sobre todo, el valor de la vida humana. Frente al modelo platónico donde la vida del sabio (la vida ejemplar) es una mera preparación hacia la muerte, se valoriza la existencia, frente a la supremacía del fundamento-gobernante se valoriza a la creación-gobernada; la autoridad divina de turno es relativizada por la existencia de aquellos tiranos que precedieron y por su propia fragilidad. De modo que en Prometeo Encadenado hay un cuestionamiento del fundamento que da lugar a la libertad, una libertad que se va a intentar encadenar pero permanece y es reafirmada en todo momento, una libertad que permite apostar por la precariedad del hombre, porque si la perfección entre lo divino no existe, lo instituido pierde legalidad y la creación en todo sentido tiene piedra libre: el hombre, aunque sujeto al tirano, puede, en última instancia, elegir y crear.[9]



[1] Esquilo, Tragedias completas, Prometeo encadenado, Barcelona, RBA Editores, 1995, p. 112

[2] Íbid, p. 132

[3] NB: En este sentido, podría afirmarse que con sus discursos Prometeo refuta la afirmación que realiza la Fuerza al principio de la obra: «Todo es enojoso, salvo mandar sobre los dioses; porque nadie es libre excepto Zeus»

[4] Esquilo, Tragedias completas, p. 132. La bastardilla es mía.

[5] Íbid, p. 116

[6] «Adora, implora, adula al poderoso del momento; a mí me importa Zeus menos que nada. Que haga, que mande como quiera durante este corto período; pues no reinará mucho tiempo sobre los dioses p. 131

[7] Esto se nota si se piensa que Zeus desea a las mismas mujeres que alguna vez pretendió eliminar: «¿No os parece que el tirano de los dioses es en todo igualmente violento? Deseando, dios como es, unirse a esta mortal lanzó contra ella este destino errante. ¡Amargo pretendiente de tu boda has encontrado, doncella!» p.125

[8] Idest. Es decir, porque se cuestiona el fundamento, porque los valores usualmente aceptados no son tan firmes ni tan legítimos, es posible buscar creaciones alternativas, y asignar valores de distinta manera. Eso es lo que hace Prometeo al elegir la condena antes que renunciar a sus “sentimientos humanitarios”.

[9] NB: Es interesante comparar lo dicho con la famosa frase de Iván Karamazov: «Si Dios no existe, todo está permitido». Mientras que en Iván la idea es igualmente atractiva y descorazonadora, y ubica al sujeto en pérdida frente a un abismo de temible libertad infinita (en Memorias del Subsuelo se afirma, al final de la obra, que el hombre, sujeto mezquino, pretencioso y cobarde, no está preparado para tanta independencia y que si le dieran la libertad, volvería de rodillas a rogar por sus desaparecidas cadenas), en Prometeo encadenado parece darse lugar a una propuesta similar a la nietzscheana, donde cada uno puede encarar con alegría el crear un sentido y apostar por una ficción (un “simulacro deleuziano”) , como un niño que juega, libre, inocente y voluntarioso. Podría decirse que lo expresado por Iván corresponde a lo que Nietzsche llamó “nihilismo integral” (al escepticismo, al momento de destrucción de los valores últimos y las sombras de Dios, al ubicarse frente el abismo), y en la tragedia se avizora el “nihilismo futuro”con la trasvaluación (que no es una inversión del esquema platónico, sino una subversión) y la figura del filósofo artista que crea valores en la medida en que son necesarios para vivir, sin convertirlos en un absoluto: una falsificación provisoria y útil.