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6/10/10

Informe de lectura de "La invención de América"

Informe de lectura de La invención de América


La hipótesis que articula este libro de O’Gorman y cuya fundamentación nos proponemos exponer está presentada en el título, y consiste en la consideración de que América no fue descubierta o de-velada por Colón, sino producto de un proceso de creación, en el que no hubo una revelación del “ser” de las tierras existentes, sino una construcción a partir de conceptos previos, deseos, necesidades e intereses.
Para fundamentar esta hipótesis sobre la creación de América, el autor dividió el libro en cuatro partes. La primera de ellas, “Historia y crítica de la idea del descubrimiento de América”, es la que presenta la hipótesis, la perspectiva y metodología del libro. Para ello, en principio se realiza una revisión crítica de la Historia tradicional mediante fuentes historiográficas a partir de las cuales se explican el surgimiento y el desarrollo de la idea de que América fue descubierta, a fin de refutarla. Se estudian en este capítulo, entonces, las tres etapas del proceso de la historia de la idea del descubrimiento de América. En la primera, que adolece de un fundamento empírico y documental insuficiente, se interpretó que “Colón mostró que las tierras que halló en 1492 eran un continente desconocido, porque con esa intención realizó el viaje” , cuando Colón, como sujeto del acto, en verdad no tuvo consciencia de no haber llegado a Asia, ni otra intención aparte de la de alcanzar el extremo oriental del orbis terrarum. En la segunda etapa, que parte de una actualmente caduca concepción idealista de la historia y en la que, aunque de otro modo, también se ocultaron las intenciones y convicciones de Colón respecto de su empresa, la intención subyacente que da sentido al presunto descubrimiento de 1492 radica en el acto mismo, puesto que se interpretó que Colón lo ejecutó cumpliendo con “la intención de la Historia de que el hombre conociera la existencia de dicho continente” (p.44). En la tercera etapa, finalmente, también se considera que Colón descubrió América, aunque por casualidad y sin intenciones ni consciencia que mediaran, por lo que O’Gorman induce que la intención del descubrimiento recae, finalmente, en el mismo objeto, las tierras que habrían revelado “su secreto y escondido ser cuando Colón topó con ellas” (p.46), hipótesis que el autor considera absurda dado que “no sólo cancela como inoperantes los propósitos personales de Colón, sino que lo convierte en el dócil y ciego instrumento […] de unas supuestas intenciones inmanentes a una cosa meramente física”. (p.46)
O’Gorman señala, tras presentar estas tres etapas, que el error en ellas proviene del supuesto esencialista de que las cosas son algo per se más allá de la mirada del hombre, y por ende, de creer que América era América a priori, antes de que ese ser le fuera concedido. Entonces, el autor plantea el objetivo y el procedimiento de su estudio: intentar un proceso diametralmente inverso al tradicional para aclarar cómo surgió la idea de América en la conciencia de la Cultura de Occidente.
La segunda parte del libro, “El horizonte cultural”, presenta las ideas, conocimientos y concepciones de la realidad que sirvieron de fondo al mencionado proceso de invención de América. O’Gorman reconstruye la noción de la época del universo como algo finito, perfecto y ordenado creado ex nihilo por Dios; las discusiones en la antigüedad grecolatina y entre los cristianos respecto de la extensión y forma del orbis terrarum o Isla de la Tierra (porción del globo habitada por el hombre), y respecto de la distribución de la tierra en el globo terráqueo (o la posible existencia de orbis alterius, tierras antípodas); y las concepciones de orbis terrarum, mundo y océano a lo largo de la historia. De acuerdo al autor, estas ideas fueron determinantes en el proceso de invención: la oposición a la creencia de que pudieran existir orbis alterius habitados por hombres (debido a que contradecía la idea de que el género humano provenía de una única pareja y a que esos antípodas no podrían haber tenido conocimiento del Evangelio, lo que se oponía al texto sagrado que enseñaba que las palabras divinas habían llegado hasta los confines de toda la tierra), las ideas que se tenían sobre la configuración de los litorales asiáticos de acuerdo a lo relatado por Marco Polo (y las dudas respecto a si había una o dos penínsulas en el continente) y la visión jerárquica de la “estructura histórica del mundo” (que el autor desarrolla más extensamente en la cuarta parte) determinaron las visiones de los hombres que se enfrentaron a los nuevos territorios y las de aquellos que recibieron las noticias en Europa y especularon al respecto: fue en base a estos datos, y a las intenciones y deseos, que se configuró el ser cambiante de esas tierras hasta que se las definió como un nuevo continente y se les dio el nombre de América. O’Gorman demuestra esto en la tercera parte de su libro, donde presenta la hipótesis principal que nos propusimos examinar.
En “El proceso de la invención de América” se expone, como su nombre lo indica, la manera en los territorios a los que arribó Colón pasaron a ser América, geográficamente independiente del orbis alterius pero parte del mundo. Para esto el autor de La invención de América estudia cómo significan el acontecimiento ocurrido en 1492 diferentes individuos o instituciones, comenzando por Colón, que al arribar a las nuevas tierras con la firme intención de llegar a Asia, interpretó los signos que recibió en función de sus deseos, actitud que observó durante toda su exploración. Una vez que tomó posición respecto de los debates de su época (que se referían, como fue dicho, al diámetro del globo terrestre, la extensión de la Isla de la Tierra, y la existencia o inexistencia de una península adicional en Asia) de acuerdo, también, a sus intereses, y una vez que alcanzó la tierra, la creencia a priori, incondicional, de estar en los litorales del extremo oriente de la Isla de la Tierra no desapareció a pesar de todos los signos adversos, en ninguno de los cuatro viajes; al contrario, esos signos fueron percibidos en función de la idea que guiaba la expedición realizada por el almirante: “dócil al deseo, la realidad se transfigura para que brille suprema la verdad creída” (p.85), y así, Colón percibió en parte del contorno de la isla de Cuba el límite de Asia, vio multiplicarse el oro donde no había y oyó hablar del Gran Kan sin que éste estuviera en el territorio. Teniendo esto en cuenta, O’Gorman señala que América, pues, no se reveló como tal, ni existía ni fue descubierta cuando Colón llegó a las tierras ubicadas al oeste; al contrario, “el significado histórico y ontológico del viaje de 1492 consiste en que se atribuyó a las tierras que encontró Colón el sentido de pertenecer a orbis terrarum, dotándolas así con ese ser [el de ser tierras asiáticas], mediante una hipótesis a priori incondicional” (p.87. El destacado es nuestro).
Dejando esto de lado, en Europa la hipótesis de Colón fue recibida con duda, como algo probablemente posible pero modificable en función de la experiencia, es decir, condicional y sujeto a comprobaciones, por lo que se pidió a Colón que demostrara su creencia mediante dos pruebas:
1) debía revelar la existencia de una masa considerable de tierra en las regiones halladas en 1492;
2) debía localizar el paso que empleó Marco Polo en su viaje de regreso a Europa, es decir, el paso marítimo que permitía entrar al Océano Índico.
En función de estos dos requisitos fue que se realizaron los otros tres viajes de Colón. El primer requisito, más allá de una declaración desesperada que el almirante obligó a firmar a su tripulación en el segundo viaje, fue comprobado por exploraciones portuguesas que descubrieron al oeste de las islas encontradas por Colón una gran masa de tierra. Por otra parte, para demostrar la segunda condición el navegante genovés realizó su tercer viaje, pero en lugar de encontrar una confirmación a su hipótesis, sus concepciones fueron puestas a prueba al hallar evidencia de tierra firme ubicada al sur de lo que suponía el orbis terrarum, algo imposible de acuerdo a los conocimientos de la época y los relatos de Marco Polo. Retomando el planteamiento inicialmente presentado en esta tercera parte, O’Gorman señala que Colón interpretó este hecho en función de su hipótesis a priori, es decir, del esquema geográfico que identificaba la tierra de la actual Cuba con Asia, y por eso el almirante postuló la independencia geográfica de estas nuevas tierras con respecto a las primeramente halladas. Asimismo, en base a la imposibilidad ideológica propia de la época de pensar en la existencia de un pluralismo de mundos, Colón señaló que estas nuevas tierras debían ser el Paraíso Terrenal, con lo cual, si bien reconoció su independencia geográfica, mantuvo su unión moral con la Isla de la Tierra.
En Europa, este hallazgo de nuevos territorios dio lugar a dos hipótesis, que permanecieron en consonancia con las ideas que podían ser pensadas de acuerdo a los condicionamientos culturales de la época y con la idea de que los territorios primeramente encontrados formaban parte de Asia. Por un lado, una teoría planteaba la independencia de los territorios: mientras la masa de tierra encontrada al norte formaba parte de Asia, la del sur era un “nuevo mundo”, y entre ambas se encontraba el paso al Océano Índico. El cuarto viaje de Colón, que se realizó para evaluarla, demostró que el paso era inexistente, y llevó al almirante a considerar, para mantener su creencia primigenia, que tenía que deberse a la existencia de la península adicional en Asia. Mientras tanto, la segunda teoría consistía precisamente en considerar que las masas de tierra eran continuas y que se identificaban con el litoral extremo oriental del orbis terrarum, más concretamente, con una segunda península asiática (es decir, la creencia a la que llegó Colón tras el cuarto viaje). La tercera navegación de Américo Vespucio, realizada en 1502, dos años antes de la de Colón, probó que esta teoría era imposible, al descubrir que las tierras del sur se extendían hasta las regiones antárticas, razón por la cual el navegante consideró de manera forzosa, por necesidad empírica, que “se trataba de una tierra firme separada por el mar del orbis terrarum” (p.123), un “nuevo mundo” u orbis alterius. De acuerdo a O’Gorman, esta consideración consistente, no en una hipótesis con fundamento a priori, como la de Colón, sino a posteriori, fue la que permitió pensar en las tierras occidentales con distinta perspectiva:

si existe una separación marítima entre las dos masas de tierra, según pensó Vespucio, resulta necesario admitir, como admitió Vespucio, que la mesa meridional es una entidad geográfica distinta a la Isla de la Tierra, y resulta posible suponer o mismo respecto a la masa septentrional. Si, en cambio, no existe esa separación marítima, entonces será necesario admitir que ambas masas constituyen una entidad geográfica distinta de la Isla de la Tierra. (p.128)

Este postulado, inaceptable porque establecía la pluralidad de mundos, fue el que hizo necesario que se pensara un ser específico de las tierras encontradas, que ya no podían ser explicadas como pertenecientes al orbis terrarum. En función de los condicionamientos culturales, se intentó explicarlas como islas independientes (y no mundos); Vespucio, por su parte, postuló por primera vez que eran no sólo independientes, sino también continuas, pero no explicó el ser de esa entidad, que en su Lettera permaneció como indeterminado y vago.
Finalmente, de acuerdo a O’Gorman el resultado final de esta serie de tentativas e hipótesis surgió en 1507 con el folleto Cosmographiae Introductio y el mapamundi de Waldssemûller. Fue entonces cuando las tierras recibieron un ser y un nombre que las individualizó, y fueron, entonces, inventadas: independientemente de la existencia o no de un estrecho de mar entre ellas, se las concibió como una sola entidad a la que se denominó América y como a una cuarta parte de la Isla de la Tierra en la que se alojaba el mundo, a la par de Europa, Asia y África.
Para finalizar, el autor de La invención de América explica en la cuarta parte del libro, “La estructura del ser de América y el sentido de la historia americana”, cómo es la estructura del ser que le fue concedido a las tierras. Se detiene entonces en la “estructura histórica del mundo”, es decir, la organización jerárquica de las partes de la tierra, que llevó a que la cultura europea fuera concebida como la más perfecta para la vida humana (en la antigüedad clásica) y la única civilización auténtica (en el cristianismo), y en la manera en que este pensamiento influyó en la conquista de América; analiza también la denominación de América como “nuevo mundo”, y explica que se debe a que es considerada como mundo en potencia, “como un ente físico dado, ya hecho e inalterable, y como un hecho moral dotado de la posibilidad de realizarse en el orden del ser histórico”. Estudia, además, cómo los rasgos culturales de las principales potencias colonizadoras (latinas y sajonas) influyeron en la construcción de dos Américas. Para terminar, esta cuarta parte señala primera y principalmente que el proceso de la invención de América no fue unilateral: O’Gorman indica que cuando se efectúa esta construcción se influye en la concepción de la realidad, alterando, por ejemplo, el concepto de orbis terrarum (que trasciende los antiguos límites insulares y pasa a identificarse con el globo terráqueo); la vivencia del mundo como algo cerrado, perfecto (es decir, acabado, terminado), circunscripto a una parcela entregada por Dios a los humanos; la percepción del Océano, que de ser lo que dividía a la tierra en masas separadas pasa a estar dividido por las tierra “continentes” en mares distintos; la visión sobre el hombre, que se convierte en el soberano abierto del mundo abierto… Así, “en lugar del intento de explicar las nuevas tierras dentro del marco de la antigua visión del mundo, fue necesario modificar ésta para acomodarla a las exigencias planteadas por el reconocimiento de una entidad geográfica imprevista”. La invención de América, en este sentido, implicó, no sólo la dotación de ser a unas tierras ignotas, sino una re-invención del mundo, una nueva concepción del hombre y todo aquello que lo rodeada.