Para que las generaciones futuras no tengan que pasarse horas interrogando un texto, y así sean más estúpidas (o tengan más tiempo para dormir)

5/2/10

Sobre "El tambor de hojalata" y algunas preguntas a vos, lector/a



Realismo mágico europeo, altamente recomendable. A favor: el ritmo narrativo, la ironía, el que no abuse del barroquismo. El humor escéptico. (Ver pág 721 de la edición de Punto de Lectura, es decir, "Junto al muro del Atlántico" en el libro tercero, cuando Klepp cuenta sobre los gorriones que mataron al viejo Schmuh.) No hay nada más malo que el realismo mágico sin humor, o con un humor demasiado hermético.
Primero conocí la adaptación de Volker Schlöndorff, el cineasta. Me llegó traducida al "español" (con una sobreabundancia de zetas y un tono inequívoco), pero la disfruté como a pocas. Luego llegué al libro, y también lo disfruté. Lo más interesante fue el tercer libro, aquel que no está contemplado en la película e incluye el crecimiento de Óscar. Pero empecemos por el principio.
Quien nos cuenta la historia es, o se nos hace creer que es, Óscar Matzerath, joven de dos padres con una interesante historia familiar. Nos habla desde un sanatorio: nos cuenta de las faldas abuelíneas, del campo de patatas donde fuera concebida su madre, del fugado abuelo Koljaiczec, el incendiario. Más tarde nos cuenta su nacimiento bajo el juego entre una mariposa y una bombilla, y la promesa de un negocio y un tambor. Quien promete el negocio es el padre oficial, Alfredo Matzerath. La madre Agnes promete el tambor, que Óscar recibe en su tercer cumpleaños. A partir de entonces, con menos de un metro de altura, deja de crecer. Mientras desarrolla su voz vitricida, conoce a gente como Bebra el artista y observa los amores de su madre con su tío, Óscar adquiere años y se preparan las condiciones para la guerra. Muere Agnes, mueren los juguetes, estalla la guerra y muere el "tío" Jan. Conoce a María, ese primer (¿o segundo?) amor, a Rosvita y el verdadero circo, a su hijo Kurt. Muere (mata a) Matzerath, el padre. Y ¿muere? la guerra. En el medio, capítulos geniales, como ese grupo de instantáneas que es "Fe Esperanza Amor", o la caída de "El castillo de naipes".
Y entonces, el tercer libro, el crecimiento de quien permaneció en sus noventa y cuatro centímetros por veinte años. Pero Óscar nunca termina de crecer: se queda en el metro veinte y jorobado, como un país apaleado por años. Es en este libro donde se insinúa la figura de la Bruja Negra, y es en este libro donde, a mi parecer, cambian radicalmente las cosas. Óscar, el niño, crece y pierde el capricho, lo desvergonzado, quizás parte de cobardía, y gana "normalidad". Algo que llama la atención en los dos primeros libros es que el narrador habla de sí mismo en tercera persona; en el tercero, lentamente, Óscar pasa a ser el señor Matzerath. Óscar, de pronto y como siempre, es el Pasado. Un pasado que se negaba a crecer. Encontramos, en no pocas hojas, frases como "... cuando pude observar que, durante mis profusas descripciones del pasado de Óscar..." (pág. 747) y "... yo, el bondadoso señor Matzerath..." (pág. 774). Y siempre, un permanente retorno al pasado, un permanente deseo de volver bajo las faldas. Primero, estancado por veinte años en una infancia voluntaria, luego retornando sin tapujos. Finalmente, en la adoración de un tarro, surgen las preguntas:

La adoración de un tarro: Yo adoro. ¿Cuál yo? ¿Óscar o yo? Yo, con fervor; Óscar, distraídamente. Yo, fervorosamente, sin temor a flaquezas ni repeticiones. Yo, vidente, porque carezco de memoria. Óscar, vidente, porque está lleno de recuerdos. Frío, ardiente, caliente, yo. Culpable a petición. Inocente sin demanda. Culpable por haber sucumbido porque, me hice culpable aún cuando, me disculpé de, sacudí en, me abrí paso a mordiscos a través de entre, me mantuve libre de, me reí de sobre, lloré para antes sin, blasfemé de palabra, me callé blasfemando, no hablo, no callo, oro.

Entre tanto, se insinúa el miedo antes inadmitido: la Bruja Negra. Y otra pregunta, evidente: ¿quien es?
Óscar (o Matzerath) no da respuestas concretas.

¡No preguntéis a Óscar quién es! Ya no le quedan palabras. Porque lo que antaño se sentaba en mi espalda y besó mi joroba, ahora se me aparece por delante y para siempre.

Y canta:

Negra, la Bruja Negra estuvo siempre detrás de mí
Ahora también se me aparece por delante ¡negra!
Vuelve al revés el manto y la palabra ¡negra!
Me paga con dinero negro ¡negra!
Mientras los niños cantan y no cantan:
¿Está la Bruja Negra ahí? ¡Sí, sí, sí!

Ahí termina el libro, no las preguntas. ¿Era el pasado, cuando trataba de conservarse la esperanza en el futuro? ¿Es el futuro que llegó cubriendo todo con su manto? ¿Es la culpa colectiva (como proponen en un abstract en Internet, en inglés, al que no se puede tener acceso si no se paga)? ¿La visión desesperanzada de postguerra, de un mundo partido en dos? ¿Es Óscar/Matzerath, la Bruja Negra? ¿Es un Óscar que ya no tiene todo el control? ¿Es todo eso?
Evidentemente no tengo más respuestas que preguntas. Lo que sí puedo señalar es que Matzerath nos conduce a creer en todo el libro que decide, que maneja los sucesos a voluntad. Decide dejar de crecer a los tres años, y no crece, decide aumentar de tamaño luego de los veinte, y lo hace. O eso dice. A pesar de tanto dominio, entre tanto lúcido poder, Oscar puede no ser más que Matzerath, el jorobado que "recuerda". El relato de un relato. Y él, ese único "yo" del libro, fue (porque lo odiaba, o al revés), parecido al presunto padre que le legara el nombre, con su hijo, con las mujeres, con el partido, en la adoración de las enfermeras. Pero son cuestiones que nunca se cierran, cuya falta de conclusión está planteada desde el principio. Así que podría seguir echando flores y confundiendo al lector, pero las palabras están un poco de más cuando puede conseguir el libro en cualquier librería amiga o no amiga y dedicarle las vueltas en tren o colectivo. O combi. O avión, qué tanto.
En fin, El tambor de hojalata, la novela desde el sanatorio, desde la lucidez de un presunto loco, de quien nunca fue inocente, del genio musical. Una visión sin lágrimas (no por eso menos magistral) aún en el Bodegón de Cebollas, donde la gente paga para poder llorar. Prestidigitación (de la buena) de la palabra.

¿Qué más diré? Nací bajo bombillas, interrumpí deliberadamente el crecimiento a los tres años, recibí un tambor, rompí vidrio con la voz, olfateé vainilla, tosí en iglesias, nutrí a Lucía, observé hormigas, decidí crecer, enterré el tambor, huí a Occidente, perdí el Oriente, aprendí el oficio de marmolista, posé como modelo, volví al tambor e inspeccioné cemento, gané dinero y guardé un dedo, regalé el dedo y huí riendo; ascendí, fui detenido, condenado, internado, saldré absuelto; y hoy celebro mi trigésimo aniversario y me sigue asustando la Bruja Negra. -Amén.

También publicado en la revista Como Loca Mala