Para que las generaciones futuras no tengan que pasarse horas interrogando un texto, y así sean más estúpidas (o tengan más tiempo para dormir)

27/12/10

Un pantallazo de la configuración del eje memoria-olvido en "Cien años de soledad"

Un pantallazo de la configuración del eje memoria-olvido en Cien años de soledad

-Sin prestarle atención a lo que dicen los críticos, la novela es mucho más que una recuperación poética de tus recuerdos de infancia. ¿No dijiste alguna vez que la historia de los Buendía podía ser una versión de la historia de América Latina?
- Sí, lo creo. La historia de América Latina es también una suma de esfuerzos desmesurados e inútiles y de dramas condenados de antemano al olvido.
(1)

El primer conflicto que afecta a Macondo como pueblo, en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, es la peste del insomnio, que se revela con el correr de las líneas como el peligro del olvido y es conjurada antes del final del capítulo por un brebaje oportunamente llevado por el recientemente resucitado Melquíades. La anécdota, pintoresca, del diagnóstico y la cura de la enfermedad no ocupa más de cinco páginas de las más de trescientas que tiene el libro en la edición de Sudamericana, pero puede leerse como la matriz de uno de los ejes temáticos de la novela: el par memoria-olvido se encuentra presente en el inicio y el final de la novela (Cien años de soledad comienza con un recuerdo, una apelación a la memoria, y culmina con la promesa de un olvido), tiñe cada uno de los veinte capítulos del libro, adoptando distintas configuraciones, y nos interpela finalmente como (re)lectores al culminar la lectura, si no antes.
Un estudio exhaustivo de las dinámicas de la memoria en el texto excede los límites del presente trabajo: me propongo, en cambio, estudiar la aparición explícita y problemática de la oposición entre olvido y recuerdo en el capítulo tercero del libro con la peste del insomnio a partir de los antecedentes, consecuencias y “mecanismos compensatorios” que implica la misma; señalar a grandes rasgos cómo se articula el eje temático a la largo de las dos partes de la historia (2) en función de la posición en y relación con el mundo de Macondo y su prosperidad o decadencia (en el marco de la apertura del pueblo y su incorporación –limitada, condicionada, trunca, subsecuente- al proceso modernizador); y puntear los papeles que ocupa la escritura en la dinámica señalada.


El relato como una gran “máquina de la memoria”

Cien años de soledad cuenta, desde el presente del acto de narrar, un pasado de lo narrado que mima esta regresión en el tiempo a partir de saltos temporales hacia lo pretérito: la historia comienza con la tematización del recuerdo frente a la certeza de la muerte y la regresión al pasado a partir de la memoria: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”(p.9).(3) El recuerdo de un personaje proyectado al futuro despierta los hechos, los revive: se desgrana entonces la historia de Macondo como pueblo aislado en un pasado mítico, anterior al hecho recordado: hay, como señala Josefina Ludmer en Cien años de soledad. Una interpretación, dos retrocesos en el primer capítulo (“El primer eslabón es Aureliano, con su recuerdo; a partir de allí, en las primeras palabras, se repite el retroceso temporal: 'Macondo era entonces...', e inmediatamente se abre la historia de un Macondo prehistórico a donde llega Melquíades.”),(4) y un tercer retroceso en el segundo capítulo, que retrotrae la narración a un tiempo anterior a la fundación del pueblo, para explicarla. Luego se retoma la imagen inicial, génesis del relato (el hielo) y la historia sigue su desarrollo. El final del segundo capítulo trae consigo la apertura de Macondo al mundo, con la llegada de nuevas personas al pueblo, y el crecimiento de la familia Buendía, por el embarazo de Pilar Ternera.
El tercer capítulo, entonces, nos presenta ya la transfiguración del pueblo y de la familia, un crecimiento que va a ser el marco de la aparición de la peste del insomnio y la contraposición entre olvido y memoria, la cual tiñe todo el capítulo. Sus antecedentes son muchos: así, ya desde el principio, el olvido se hace presente con la llegada a la casa de los Buendía del hijo de Pilar Ternera. Por la tendencia a la concentración endogámica de José Arcadio, el chico, que es nombrado como el padre (José Arcadio hijo), es aceptado en la familia, pero se impone “la condición de que se ocultara al niño su verdadera identidad”, es decir, que se echaran al olvido ciertos datos. Con el tiempo, incluso se olvida el primer nombre, por una cuestión de conveniencia familiar. El narrador acompaña a los personajes, a lo largo del libro, en este olvido: el hijo de José Arcadio y Pilar Ternera siempre va a ser llamado Arcadio a secas. El olvido se presenta también con la llegada de Rebeca, que va a ser similar a la de Arcadio: también se la integra al núcleo familiar, también permanecen ocultos sus orígenes: no hay recuerdos sobre su familia, de la cual nadie sabe nada, y sobre la que ella nunca va a hablar; el talego con los huesos de sus padres va a ser olvidado por mucho tiempo. Se olvida también, con la apertura de Macondo al mundo, la crianza de los chicos, que es dejada en un segundo plano bajo la responsabilidad de Visitación y Cataure, dos indios que huyen de la peste del insomnio.
El crecimiento de los hijos de los Buendía en este capítulo va a ser paralelo a (y olvidado por) el crecimiento de Macondo, que es paralelo también a un cambio en la concepción del mundo: desde un pensamiento fundamentalmente mágico, con creencia en la alquimia y una visión insular del mundo encarnado por la figura de José Arcadio Buendía en los capítulos anteriores, se pasa a un pensamiento mercantil, que vive la tierra en función de su calidad de objeto de valor: así, José Arcadio abandona el laboratorio de alquimia para participar nuevamente en la organización de Macondo que recibe a los extranjeros. En principio, ésta es una organización arcádica: repartición igualitaria, espíritu de solidaridad, políticas proteccionistas, endogámicas (se prohíbe la visita de los gitanos por ser contrarios a las costumbres). El elemento natural es reemplazado por la mecánica (relojes musicales en cada casa), pero aún así Macondo sigue anclado en ese mundo natural trastocado (José Arcadio planta almendros “eternos”, que permanecerán con el paso de los años a pesar del olvido de su origen). Más allá de que Macondo se inserta en un circuito comercial (Úrsula, sin ir más lejos, prospera con el negocio de los animalitos de caramelo; Rebeca llega con unos traficantes de pieles), éste parece no afectar estructuralmente en principio la disposición de la ciudad. Sin embargo, es en el marco de este cambio rápido, de esta incipiente y creciente modernización acelerada, que aparece la peste del insomnio, que es la que inserta plenamente la problemática del olvido y la memoria en la novela. La peste del insomnio se presenta como un trío de insomnio-olvido-muerte: con la imposibilidad de dormir comienza, en la imposibilidad de recordar se convierte, al olvido de la muerte se semeja:

…lo más terrible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido. Quería decir que cuando el cuerpo enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de la memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado. (p.44)

[El visitante, Melquíades] se sintió olvidado, no con el olvido revocable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte. (p.48)

Podría leerse un vínculo, entonces, entre la fiebre del presente y el peligro del olvido del pasado, la disolución y la muerte, un peligro que es conjurado en su manifestación más evidente (la peste) en el capítulo, pero sigue presente en el resto de la novela hasta el final. En lo que respecta a este primer momento de la peste del insomnio, ese peligro genera diferentes respuestas al olvido: surge la escritura utilitaria (primero se anotan los nombres, luego la utilidad de los objetos), surgen “prácticas de consolación” (se inventa el pasado por la lectura de cartas, se establecen las identidades a partir de la ficción), se proyecta la construcción de una “máquina de la memoria” para conjugar las dos respuestas anteriores. Con la llegada de Melquíades, que va a traer una “solución mágica” a la peste en su retorno del olvido que es la soledad de la muerte, estas prácticas contra el olvido se revelan en su precariedad y limitación (la escritura no sirve cuando se olvida el código; se deforma; es arbitraria), pero también se refuerzan, y surgen otras: a pesar de que con la recuperación de la capacidad de dormir a fines prácticos ya se puede volver a vivir sin prácticas de recuerdo, en Macondo retornan o aparecen para quedarse técnicas más elaboradas de conservación de la memoria: Francisco el Hombre vuelve con sus prácticas juglarescas -que van a durar hasta las épocas inmediatas a la desaparición de Macondo en la figura de Rafael Escalona- a exorcizar el olvido de manera oral a partir de canciones que guardan la memoria colectiva; Melquíades trae consigo la daguerrotipia y cristaliza el tiempo en imágenes que también van a durar hasta la decadencia de la casa Buendía; Melquíades, que estudia a Nostradamus, comienza a escribir el libro sobre los Buendía, como modo de fijar la historia a partir de su visión profética que lo ubica fuera del tiempo.
Tras la problematización de la memoria con la peste del insomnio, la novela parece salir del olvido: Úrsula despierta de su sueño febril de los animalitos de caramelos para descubrir a sus hijas crecidas (las había olvidado), y se produce la llegada de la ley y la sociedad escrituraria a Macondo (el gobierno recuerda la existencia del pueblo). Con la aparición del corregidor, Apolinar Moscote, se va a producir entonces el enfrentamiento del orden legal o institucional (desde un poder vertical no legitimado para los habitantes de Macondo, pero vinculado a un orden escriturario) con el orden de raigambre tradicional (familiar-tribal, fundamentalmente oral y homeostático) del anterior Macondo. El capítulo concluye con un pacto entre ambos órdenes (literal y figurado: Aureliano Buendía se enamora de Remedios Moscote). Pero es un equilibrio que no va a durar: si la peste del olvido genera el surgimiento de técnicas de recuerdo (como la escritura) como modo de ayudar a la memoria colectiva, con la imposición de la ley exterior, de un relato extraño a la colectividad, estas técnicas cambian de signo y se emplean para tergiversar los hechos y promover el olvido, en un proceso que eventualmente lleva a la degradación y disolución del pueblo.
La dialéctica memoria-olvido y su relación con las tecnologías de registro puede observarse fundamentalmente en dos acontecimientos paralelos que marcan la historia de Macondo: el enfrentamiento entre conservadores y liberales y la oposición entre la explotación de empresas extranjeras y la lucha antiimperialista obrera.(5) En ambos conflictos las facciones dominantes (los conservadores, los colonizadores) hacen uso del poder escrito (a la par del militar) para subyugar a los vencidos (los Buendía, Macondo, que a pesar de los disensos se van a alinear del lado de los liberales y los antiimperialistas), y la memoria de lo ocurrido va a ser fundamentalmente de carácter oral. Así, en el momento de las elecciones de candidatos conservadores y liberales, el dominio sobre la escritura en Macondo de la facción conservadora asegura el fraude (y, por lo tanto, la victoria), y el elemento escrito – papeletas, bandos, etiquetas firmadas, ley marcial- predomina en todos los actos, con la función de legitimar la mentira; en cambio, la alternativa liberal (que, en la figura paradigmática de Aureliano, termina rechazando también la solución radical del médico anarquista, quien también tergiversa la realidad y genera olvido a partir de la escritura, dado que tiene un diploma falsificado) va a eligir a sus líderes sin trámites burocráticos y sin mediación de la escritura. En el caso de la represión cuando se produce la huelga ante la compañía bananera, la escritura sufre una depreciación similar: en principio, a nivel familiar, los medios escritos funcionan como legitimadores de la mentira a partir de los comunicados de Fernanda (son los papeles de la clausura voluntaria de Memé en cuya legitimidad Aureliano Segundo no cree, pero que tranquilizan su conciencia; son las cartas que escribe a su hijo José Arcadio informando la falsa muerte de su hermana; son las Sagradas Escrituras que avalan la versión falsa de la llegada a la casa de Aureliano Babilonia –que es Aureliano Buendía, porque su padre no es re-conocido– flotando en una canastilla); a nivel social, el movimiento es el mismo: aunque la escritura es usada como un mecanismo de lucha (se firma un petitorio para exigir reformas al representante de la compañía bananera en Macondo), sigue siendo monopolizada por las facciones dominantes, y por ende empleada para falsear y generar olvido: se esgrime entonces un falso certificado de defunción de quien debía responder a los reclamos sociales, se proclama por bandos la inexistencia de los trabajadores de la compañía bananera, se emite la ley marcial, como en el conflicto anterior, y un decreto que escribe e instituye un ser falso de los obreros que protestan –se acusa a los huelguistas de malhechores-; se niega la matanza de los huelguistas y sus familias con un bando nacional, se repite la versión oficial por todos los medios y se la consagra en libros de historia, para así ocultar, hacer olvidar, a los tres mil asesinados en un solo día y a los que fueron desaparecidos más tarde. Dado que la palabra escrita, como ámbito de poder, favorece el olvido en tanto éste conviene a los ámbitos de dominación, la memoria de la verdad de lo ocurrido en la represión a los huelguistas va a ser fundamentalmente de raigambre y transmisión oral: va a sobrevivir en los recuerdos de un chico que asistió a la matanza, en las afirmaciones férreas de José Arcadio Segundo repitiendo hasta su muerte la cantidad de muertos -el hecho de que hubo muertos-, en las de su sobrino-nieto Aureliano Babilonia, que continúa la tarea de contar la verdad de esos “hechos reales en los que nadie creía” (p. 330).
Pero la memoria oral, en un mundo escriturario, es frágil, y el aplastamiento y olvido de la misma por la escritura falsa consagrada por los historiadores obsecuentes con una sucesión de regimenes mentirosos, por la eliminación de las huellas físicas del pasado,(6) y por la paulatina precarización del recuerdo familiar y colectivo (Aureliano Segundo jamás acepta la historia que cuenta su hermano gemelo, y el resto de Macondo hace lo mismo; los líderes sindicales que podían contarla son, por otra parte, desaparecidos), configuran la paulatina decadencia de la familia y del pueblo. Aureliano Babilonia va a repetir, a lo largo de la novela, que “Macondo fue un lugar próspero y bien encaminado hasta que lo desordenó y lo corrompió y lo exprimió la compañía bananera” (p. 296). A eso se puede añadir, desde el eje memoria-olvido, que la prosperidad de los Buendía y de Macondo corresponde a las épocas en las que la memoria familiar y social se mantiene viva: a medida que, al igual que el pueblo, la familia se desintegra, las identidades se desdibujan y la historia se pierde entre los discursos oficiales, lo que era prosperidad pasa a ser una carrera de decadencia en la que el olvido parece devorarlo todo, y en la que lo colectivo se atomiza en soledad. Si antes del derrumbe siempre hubo alguien interno a la familia que podía contar la historia por completo y transferir el relato a los descendientes, con la sucesiva incapacidad y muerte de Úrsula, con la desaparición de José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo (que mueren en silencio: uno alienado de la vida familiar, exceptuando el contacto que mantiene con Aureliano Babilonia; el otro, con una afección en la garganta que le dificulta la comunicación), y con la partida de Santa Sofía de la Piedad se clausura la posibilidad de una reconstrucción total a partir de los recuerdos familiares. En el pueblo ya no son recordados; por otra parte, los Buendía que quedan y sus allegados más cercanos no tienen interés en conservar ese pasado o ignoran la historia completa: Fernanda nunca pudo insertarse en la familia, ni quiso hacerlo, idealiza su pasado y muere al poco tiempo; Aureliano Babilonia no conoce sus orígenes; José Arcadio, que conserva algunas memorias, no les da mayor importancia: como dice Josefina Ludmer, ya no es un Buendía (de acuerdo a la configuración de rasgos que hacían a los integrantes de la familia) y se parece a su madre Fernanda; el último hijo de del coronel, Aureliano Amador, es asesinado frente a la casa sin que nadie pueda recordar su historia; Pilar Ternera, la única que conoció toda la historia, es ajena a la familia y muere también; y Amaranta Úrsula, quien como Úrsula trata de llevar adelante el cuidado y la restauración de la casa, idealiza en su nostalgia el pueblo de su infancia, pero como Aureliano, desconoce su historia, sus crisis, pasiones y soledades. La peste del olvido caracteriza los últimos años del libro con tanta insistencia que incluso ya no se recuerda en la familia aquello que la constituyó como tal: el tabú del incesto, el miedo a la criatura mitológica que llevó al primer José Arcadio y a Úrsula a escapar de Riohacha, vagar por años y fundar el pueblo.
Carlos Fuentes afirma en La nueva novela hispanoamericana que Cien años de soledad surge de la tensión entre utopía (fundación del deseo), epopeya (transcurso histórico) y mito. Josefina Ludmer, vinculando la génesis de Macondo con el mito de Edipo, señala en Cien años de soledad. Una interpretación que su carácter especular, reiterativo (ese tiempo circular que señalan José Arcadio, Úrsula, y Pilar Ternera; esa repetición simétrica, invertida, combinada de acciones y características en los distintos personajes) es justamente una manera de explorar el mito y, a la vez, de postergar su concreción (la resolución del Edipo). El nacimiento del último Aureliano, aquél que es devorado por las hormigas, representa la ejecución del tabú del incesto y cierra al mito por esta realización: tras cien años de repetir las historias con variaciones, tras cien años de olvidos y soledades, el viento final que borra a Macondo y al último Buendía (a Aureliano Babilonia) no hace más que culminar con una historia que ya había sido contada completamente tras haber sido olvidada por sus protagonistas, que había sido agotada. Esta desaparición y su dimensión mítica se explican por la resolución del otro enigma (tras el Edipo) planteado por la narración: los manuscritos de Melquíades, que escritos tras la peste del insomnio, son finalmente descifrados por Aureliano Babilonia luego de la muerte de Amaranta Úrsula y el abandono de su hijo, y que se revelan como la historia de su familia, la explicación de su origen, la clarificación de su porvenir. La escritura que no miente, la escritura verdadera, la escritura mítica en Cien años de soledad, la que cuenta, ordena y explica el mundo, es la que lo cierra y lo vuelve irrepetible para los personajes, porque evita que el pasado vuelva a hundirse en el olvido que lo acosa y por ende, que vuelva a hacerse presente (es “la novela como acta de nacimiento, como negación de los falsos documentos del estado civil”(7) que encubrían la realidad); asimismo, lo vuelve también irrepetible para el lector del libro, que queda homologado al lector de los manuscritos: el final de la novela, con la traducción de los escritos de Melquíades, genera una puesta en abismo donde el libro que leemos es como el libro contado, y el personaje que se lee, Aureliano, es como el lector que enfrenta el texto y al hacerlo reactualiza sus acontecimientos en el mito a partir de la memoria. Así, “el relato (su escritura) es una gran ‘máquina de la memoria’, un modo de escribir (imborrablemente) el pasado, la historia de ese pasado”,(8) y por ese escribir imborrablemente el pasado, de manera que sea irrepetible, puede considerarse, junto a Carlos Fuentes, que “contra los crímenes invisibles, contra los criminales anónimos, García Márquez levanta, en nuestro nombre, un verbo y un lugar. […] Sitio del mito: Macondo”.(9) El espacio donde, en una dialéctica acentuada entre memorias y olvidos, finalmente se escribe para que no todo sea desterrado de la memoria de los hombres, y entonces, quizás pueda conjurarse “la peste del olvido [que] existe también entre nosotros”. (10)

Bibliografía

GARCÍA MÁRQUEZ, GABRIEL. El olor de la guayaba. Conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1996.
FUENTES, CARLOS. La nueva novela latinoamericana. México: Cuadernos de Joaquín Moriz, 1969.
LUDMER, JOSEFINA. Cien años de soledad. Una interpretación. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1985.


Citas
(1) García Márquez, Gabriel. El olor de la guayaba. Conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1996, pp. 104-105.
(2) De acuerdo a Josefina Ludmer, Cien años de soledad se desdobla en dos partes especulares: "La novela tiene veinte capítulos; el capítulo décimo abre la segunda inscripción. En el capítulo primero se trata del primer Aureliano; en el décimo del Segundo; en ambos casos se alude a la muerte y al recuerdo [...]. La ficción está escrita dos veces y en forma de espejo[…].” Ludmer, Josefina. Cien años de soledad. Una interpretación. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1985, p. 27.
(3) García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana, 2002. Todas las citas y números de página corresponden a esta edición.
(4) Ludmer, Josefina. Cien años de soledad. Una interpretación. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1985, pp. 30-31.
(5) De acuerdo a la estructura especular de la obra señalada por Josefina Ludmer, el primer enfrentamiento ocurre en el capítulo cinco, y el segundo en el quince, en él ambos Buendía se convierten en líderes de la oposición, ambos sobreviven a intentos de asesinatos, e incluso el texto señala el paralelismo: “Fue tan tensa la atmósfera de los meses siguientes, que hasta Úrsula la percibió en su rincón de tinieblas, y tuvo la impresión de estar viviendo de nuevo los tiempos azarosos en que su hijo Aureliano cargaba en el bolsillo los glóbulos homeopáticos de la subversión” (p.253).
(6) Una de las primeras acciones que lleva a cabo la compañía bananera en Macondo es emplazar su campamento sobre el cementerio del pueblo, cubriendo con cemento hasta las huellas más persistentes del pasado (el olor a pólvora que emanaba de la tumba de José Arcadio). Es decir, se construye (para borrarlo) sobre el pasado, sobre el recuerdo de los orígenes identitarios.
(7)  Fuentes, Carlos. La nueva novela latinoamericana. México: Cuadernos de Joaquín Moriz, 1969, p.65.
(8)  Ludmer, Josefina. Op. cit., p.141.
(9)  Fuentes, Carlos. Op. cit., p.66.
(10) García Márquez, Gabriel. El olor de la guayaba. Conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza. p. 105.