Para que las generaciones futuras no tengan que pasarse horas interrogando un texto, y así sean más estúpidas (o tengan más tiempo para dormir)

25/6/11

"1984" y "Brave New World" o la resistencia del hombre tipográfico


1984 y Brave New World o la resistencia del hombre tipográfico
                                                            
1. Introducción
Brave New World (Un mundo feliz), novela escrita en 1931 por Aldous Huxley y publicada un año después, y 1984 de George Orwell, novela de 1948, son dos de las más famosas distopías escritas en el siglo XX, entre otras como Nosotros (1921) de Yevgeny Zamyatin, Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury y Transmetropolitan  (1997-2002) de Warren Ellis y Darick Robertson, y son dos de las más citadas y comparadas entre sí, dado que presentan dos modelos opuestos y ejemplares de sociedades totalitarias: como señaló el propio Huxley en Brave New World Revisited en 1958[1] y luego Neil Postman en Amusing Ourselves to Death en 1985, mientras en 1984 el control de la sociedad se produce por medio de la vigilancia, el miedo y el castigo de los ciudadanos por parte de un estado policial, en Brave New World la manipulación de la conducta se obtiene por medio de una cultura de placer y entretenimiento. Pese a esa diferencia fundamental, ambas novelas poseen gran cantidad de rasgos en común, principiando por la perspectiva de un futuro en el que los avances tecnológicos no han generado mayor libertad, comunicación, conocimiento y bienestar en los hombres, sino dado lugar a uno o varios estados totalitarios basados en la vigilancia de los ciudadanos gracias a esos avances tecnológicos, vigilancia que da mayor importancia al control de los pensamientos y la inconciencia que al de los cuerpos (porque en el control de los procesos mentales radica el control de esos cuerpos) y en la que los medios electrónicos de comunicación masiva cumplen un papel fundamental.
Este trabajo analizará principalmente las características y la función de los diferentes medios de comunicación presentados en estas dos distopías como mecanismos de control desde dos enfoques interrelacionados: por un lado, a partir de un estudio de índole fundamentalmente descriptiva se señalará cómo están estructuradas las sociedades presentadas en las novelas y qué medios predominan en ellas, cuáles son sus rasgos, cómo son empleados, quién los controla y, principalmente, cómo se insertan en la maquinaria de control: es decir, cómo consideran Huxley y Orwell que se puede influir sobre los medios para la manipulación de la población. Por otro lado, y tomando como punto de partida la famosa frase de Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje/masaje”, empleada por el autor para indicar la falta de neutralidad de las tecnologías (planteo realizado previamente por su mentor Harold Innis), se estudiará qué cualidades propias del uso de esos medios se encuentran en las sociedades presentadas en las novelas: es decir, cómo el uso de esas tecnologías moldea los ambientes y a la masa que las emplea -la solidaridad que hay entre el uso de un medio y determinadas maneras de ser y percibir en el mundo-, y cómo ese “masaje” sobre la sociedad favorece o sostiene determinadas prácticas políticas. Asimismo, se observará qué medios son empleados para oponerse a dichas prácticas.
En última instancia, este trabajo intentará demostrar que ambas distopías dan cuenta y toman posición respecto a la revolución tecnológica que implicó el paso de una cultura tipográfica a una electrónica: desde nuestra lectura, tanto Brave New World como 1984 presentan sociedades que tienen rasgos que responden al modo de sensibilidad favorecido por medios como la televisión y la radio, y en ellas estos medios son presentados de manera crítica como propicios para el mantenimiento de estados de control y desindividualización, en contraposición con la anterior cultura escrita, que resulta en ese marco revolucionaria.
Para este trabajo se partirá, como ya fue dicho, de la idea de McLuhan de que los medios no son neutrales. Se emplearán sus análisis sobre las consecuencias de la cultura escrita y la electrónica, así como los de sus discípulos Walter Ong y Neil Postman, y otros autores como Michèle Petit y Jesús González Requena.

2. Mecanismos de control social sobre las masas a partir de los medios
2.1. Un mundo feliz, o la cultura del entretenimiento
Cuando en 1931 Huxley escribió Brave New World, el mundo ya experimentaba los efectos de la masificación a partir de los medios electrónicos como el telégrafo, la radio, el cine y la incipiente televisión, ya vivía el acortamiento de las distancias gracias a los avances en el terreno de los medios de transporte que permitían una interacción más rápida entre distintas partes del mundo, se adentraba en la interioridad de los hombres desde el psicoanálisis y asistía al surgimiento de un modelo de sociedad consumista donde los productos necesarios y los de placer eran generados por un sistema de producción en serie. La novela puede considerarse como un retrato hiperbólico hasta sus últimas consecuencias de este modelo de sociedad: el futuro mundo feliz de Huxley, el Estado Mundial ubicado aproximadamente en el año 2540 d.C (el 632 después de Ford, en la novela), tiene por lema “Comunidad Identidad Estabilidad”, y estos tres rasgos de la organización política están sostenidos por la producción en cadena de cosas y personas, el condicionamiento de las prácticas de los individuos según su casta a nivel del inconsciente a partir de técnicas conductistas e “hipnopédicas”, el fomento del consumo para sustentar la economía, y el entretenimiento enajenador de las masas a partir de medios como el cine, la radio y la televisión. En esta sociedad congelada en permanente estabilidad, cada cual es diseñado y condicionado de acuerdo al que habrá de ser su deber, no hay distancia entre el deseo y su realización (porque cada uno desea de acuerdo a sus condicionamientos, y el acondicionamiento hace desear lo que cada ciudadano puede y debe conseguir), no hay espacio para la conciencia individual ni el cambio, no hay soledad, enfermedad ni vejez, la vida es permanente entretenimiento y placer, y  como señala la sentencia hipnopédica, “todos son felices”.
Todo eso que permite y constituye la felicidad en el Estado Mundial es lo que controla a sus ciudadanos. En principio, la manipulación se produce a partir de la educación de los niños, como se explica en el capítulo 2. Tras su separación en castas y el condicionamiento de sus capacidades físicas y neurológicas de acuerdo a las que habrán de ser sus ocupaciones futuras (desde importantes Alfa hasta obreros Épsilon), a los niños se los somete a prácticas conductistas (“acondicionamiento neopauloviano”, como el rechazo de los libros y las flores por medio de refuerzos negativos como las sacudidas eléctricas) y a la “hipnopedia”, una técnica de acondicionamiento durante el sueño derivada del uso de la radio que consiste en la repetición reiterada ante los individuos de consignas de “educación moral” (determinación de clase y de conductas) que son interiorizadas de manera inconsciente, no racional, sin comprensión crítica, moldeando las conductas de los individuos de manera tal que respondan a las necesidades del sistema, como señala el Director del Centro de Incubación y Acondicionamiento de la Central de Londres:
Rosas y sacudidas eléctricas, el caqui de los Deltas y una bocanada de asafétida, unidos indisolublemente antes de que el niño supiese hablar. Pero el acondicionamiento sin palabras es grosero y rudo; no puede hacer captar las distinciones más finas, no puede inculcar las normas de conducta más complejas. Para eso son necesarias las palabras, pero palabras sin razón. Hipnopedia en suma.
- La mayor fuerza moralizadora y socializadora de todos los siglos.
[…] No como gotas de agua, aunque el agua es capaz, en verdad, de horadar a la larga el más duro granito; sino como gotas de lacre derretido que se adhieren, se incrustan, se incorporan al objeto sobre el que caen, hasta que por fin la roca quede convertida en un bloque escarlata.
- Hasta que al fin la mente del niño sea esas sugestiones, y la suma de esas sugestiones, sea la mente del niño. Mas no sólo del niño, sino también del adulto, y para toda su vida. La mente que juzga, y desea, y decide integrada por esas sugestiones. ¡Pero he aquí que todas esas sugestiones son nuestras sugestiones![2]

. En segundo lugar, el control se realiza a partir de la desinformación a través de la censura, que implica la desaparición de las artes y la historia: en el mundo feliz hay un desdibujamiento del pasado que implica que a los ciudadanos no se les enseña historia (excepto los miembros Alfa de la sociedad, los habitantes del mundo feliz no saben de medios alternativos de ordenamiento social; además, no hay museos ni monumentos históricos) o que se les habla de ella de manera despreciativa y sin perspectivismo (cuando Mustafá Mond cuenta lo que era el mundo antes del Estado Mundial a los jóvenes estudiantes Alfa, principia su explicación recordando la sentencia de Henry Ford “La Historia es una paparrucha” –“History is bunk” –, y brinda una descripción de la sociedad anterior sin permitir la comprensión de esas condiciones de existencia, sino como modo de reforzar la concepción del estado presente como el mejor estado posible). Esta ahistoricidad también implica la desaparición de todo rastro de cultura que remita a características del pasado que no quieren ser conservadas: la literatura, entre otras artes, no existe en el mundo feliz: se priva de ella a los habitantes porque pone en peligro el condicionamiento, porque es “vieja” y “bella”, como le explica Mustafá Mond a John el Salvaje, y porque fomenta prácticas gratuitas, inútiles y solitarias (individualistas) que no coinciden con el modelo colectivo y consumista de la sociedad. Por otra parte, aunque esa censura no existiera, el cambio en el paradigma social respecto con el pasado y la falta de memoria histórica impedirían la comprensión de la literatura u otras prácticas culturales por parte de los habitantes de un mundo feliz, como dice Mustafá Mond a John y como se observa en varias ocasiones durante la novela: cuando John lee Romeo y Julieta a Helmholtz, quien se ríe porque no comprende los móviles de la tragedia, o cuando la gente asiste al autocastigo de John al final de la novela y lo percibe como un espectáculo.
Finalmente, la sociedad de Brave New World es controlada a partir del entretenimiento y el placer: los habitantes del Estado Mundial no tienen motivos para desear nada distinto de lo que ya tienen a nivel político y social porque toda la maquinaria cultural está destinada a mantenerlos entretenidos y conformes a partir de la libertad sexual, la práctica de actividades rituales de comunión orgiásticas (la Orgía Latria), los deportes, el libre consumo de drogas (el soma) y los medios de comunicación masivos:
-Trabajos, diversiones. A los sesenta años tenemos los mismos gustos y las mismas fuerzas que a los diecisiete. Los viejos, en los pésimos tiempos antiguos, renunciaban, se retiraban, se entregaban a la religión, pasaban el tiempo leyendo, pensando, ¡pensando!
[…]
- Hoy en día – he aquí el progreso- los viejos trabajan, practican la cópula, y no tienen tiempo que perder, ni un momento para sentarse a pensar; y si, por cualquier malhadada circunstancia, el tiempo produjese una grieta en la masa compacta de sus distracciones, queda el soma, el delicioso soma, del que medio gramo equivale a medio día de descanso, un gramo a un fin de semana, dos a una escapada por el Oriente magnífico, tres a una sombría eternidad en la Luna; y al retorno se hallan al otro lado de la grieta, sanos y salvos en la tierra firme de los trabajos y diversiones cotidianos, corriendo de cine-sensible en cine-sensible, de chica en chica neumática, de campo en campo de Golf Electromagnético… (p.55. El subrayado es nuestro.)

Los medios predominantes en la sociedad presentada son, como ya se habrá observado a partir de la descripción general que se hizo de ella, los electrónicos: la radio, el cine y la televisión. La radio es omnipresente: su música sintética persistente y regular, tribal (recuérdese que Lenina la encuentra análoga a la de los tambores de la tribu de la Reserva en el capítulo 7), se halla constantemente encendida en los momentos de esparcimiento; además, cumple funciones informativas para la sociedad (que son menos visibles en la novela, pero se observan en los últimos capítulos, cuando John es acosado por un reportero radial) y es usada para el acondicionamiento en el proceso de hipnopedia. El cine-sensible, descripto con detalle al final del capítulo 11, es el principal entretenimiento de las masas: ofrece películas de guiones poca elaborados con evidente carga ideológica que reiteran ante los espectadores las ideas mil veces repetidas que sostienen al régimen, en los que el conflicto no surge por un personaje que actúe de manera heterodoxa de manera voluntaria, sino por una ruptura impremeditada de la estabilidad social que es corregida eficazmente al final de la cinta hasta lograr la reinserción de todos los afectados. El cine-sensible es visitado principalmente por sus efectos especiales de gran elaboración y detalle, que comprometen con intensidad todos los sentidos del espectador y son más que realistas: el olfato es asaltado por infinitud de aromas que envuelven en combinaciones improbables a los espectadores; la música, los sonidos y el canto llenan el aire con “una voz más que humana” que llegaba “a los límites mismos de los sones musicales” (p.143); ante la vista se presentan rápidas imágenes “deslumbrantes” “pareciendo más sólidas de lo que serían en carne y hueso, de más vivos efectos” (p.143); y el tacto es estimulado con sensaciones plenas de placer y dolor de acuerdo a las imágenes que se presentan (muchas de estas imágenes innecesarias exceptuando su función de justificar la estimulación táctil del espectador, como la piel de oso en la película que ven Lenina y John en el cine).  La función del cine sensible es la misma que la del soma, la libertad sexual y la ceremonia de Orgía Latria: distraer a los individuos con el estímulo placentero de su sensualidad sumiéndolos en una experiencia colectiva ritual que no permita el distanciamiento crítico. Finalmente, la televisión se presenta junto a la radio como un medio que se encuentra presente en todo espacio privado. Dado el poco desarrollo de este medio en 1931, para Huxley no tiene sonido y consiste sólo en accesibles y entretenidas imágenes en movimiento que constituyen una programación trivial y fragmentada de deportes, películas y publicidades.
El control de estos medios y de los productos que presentan para consumo masivo se encuentra monopolizado por el Estado, que en un mismo edificio genera la propaganda del régimen distribuída a través de los medios y da sede a la Escuela de Ingenieros de Emociones encargados de suscitar una respuesta emocional, y no racional, en los usuarios de los medios. Además de la música, el cine y la televisión el Estado controla los diarios de escasos pliegos. La pluralidad de diarios tiene su razón de ser únicamente en el hecho de que están dirigidos a distintas castas; más allá de eso, no hay espacios alternativos en la sociedad de Brave New World que pudieran permitir el surgimiento o la expresión de hipotéticas voces disidentes y críticas en el mundo feliz.

2.2. Vigilancia, censura y propaganda mediática en 1984
1948 constituyó el primer año de la Guerra Fría. Cuando Orwell escribía 1984¸ hacía apenas tres años que había acabado la Segunda Guerra Mundial. El recuerdo del nazismo y el presente del régimen estalinista hacían de la preocupación por los regímenes totalitarios algo cotidiano. Por otra parte, el papel de los medios de comunicación de masa estaba afianzado, entre ellos la televisión pasaba a ser el medio dominante, la propaganda política había jugado un papel fundamental durante la Segunda Guerra Mundial y en los años posteriores, y el panorama de un mundo dividido ideológicamente en zonas de influencia y sometido a los medios de comunicación no parecía que fuera a cambiar, sino a afianzarse. En este contexto, 1984 (o El último hombre en Europa, su primer título) constituye un
admonitorio llamamiento a una Europa socialdemócrata que se oponga tanto al sistema totalitario del estalinismo como a la inhumanidad exterminadora de la tecnocracia y de la hipnosis ejercida por los medios de comunicación de masas, hipnosis del tipo hacia la cual a Orwell le parecía que Estados Unidos estaba avanzando.[3]

El mundo en 1984 está dividido en tres regiones: Oceanía, Eurasia y Asia Oriental, las tres en permanente guerra entre sí y presumiblemente con idénticos sistemas políticos totalitarios y de control ideológico. En Oceanía, que incluye a América y a Londres y donde ocurren los acontecimientos, el sistema político totalitario, Ingsoc, está edificado sobre tres consignas contradictorias (“La guerra es la paz”, “La libertad es la esclavitud” y “La ignorancia es la fuerza”) y cuatro ministerios (el Ministerio de la Verdad, que controla los medios y las mentiras de éstos; el Ministerio de la Paz, que decide en los asuntos de guerra; el Ministerio de Amor, encargado de mantener la ley y el orden mediante el terror; y el Ministerio de la Abundancia, que se ocupa de gestionar la escasez en una economía de guerra), y se sostiene por un régimen de permanente vigilancia sobre una población paranoica y temerosa que se encuentra dividida en tres estratos: los miembros del Partido Interior, dirigentes de Oceanía; los del Partido Exterior, que constituyen la burocracia y al cual pertenece Winston Smith, el protagonista; y el proletariado, sector desprotegido y sumido en la miseria. Estos tres sectores y los esclavos de guerra, que no se consideran como pertenecientes a la población, están bajo el dominio de una figura dictatorial de dudosa existencia: el Gran Hermano, figura en los carteles que es propuesta como destinataria de todo el afecto de la población y enfrentada de manera maniquea a un antagonista destinatario de todo el odio, Goldstein.
Los mecanismos de control sobre la población son variados y están descriptos con mayor detalle que en Brave New World. En principio, es la vigilancia permanente que elimina toda separación entre lo público y lo privado la que condiciona los comportamientos y la que borra la posibilidad de libre elección: tanto fuera como dentro de sus casas los individuos son controlados por patrullas voladoras o autogiros; por micrófonos ocultos; por telepantallas, televisores que no se pueden apagar y que pueden transmitir y enviar información sonora y auditiva simultáneamente, es decir, televisores que son cámaras; por sus familiares, vecinos, colegas de trabajo y el resto de la ciudadanía; y por la policía del pensamiento, que puede mirar permanentemente lo que hace cada individuo a través de las telepantallas, y que castiga a los que no actúan o piensan de manera ortodoxa con trabajos forzados, torturas o la muerte (una muerte total o vaporización: eliminación de todo rastro del individuo, especialmente de los registros, como si jamás hubiera existido). Esta vigilancia continua supone por parte de la población afectada (los miembros del Partido, porque en 1984 los proletarios son considerados y viven como animales) un autocontrol permanente sobre sus acciones, sus cuerpos y, principalmente, sus pensamientos. Este autocontrol se lleva a cabo por medio de técnicas enseñadas desde la niñez: el paracrimen, el negroblanco y el doblepensar, técnicas que implican una permanente permeabilidad de la masa a las consignas del Partido y su aceptación acrítica:
Paracrimen significa la facultad de parar, de cortar en seco, de un modo casi instintivo, todo pensamiento peligroso que pretenda salir a la superficie. Incluye esta facultad la de no percibir las analogías, de no darse cuenta de los errores de lógica, de no comprender los razonamientos más sencillos si son contrarios a los principios del Ingsoc y de sentirse fastidiado e incluso asqueado por todo pensamiento orientado en una dirección herética. Paracrimen equivale, pues, a estupidez protectora. (pp. 222-223)

[Negroblanco] significa la buena y leal voluntad de afirmar que lo negro es blanco cuando la disciplina del Partido lo exija. Pero también se designa con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber que lo negro es blanco y olvidar que alguna es se creyó lo contrario. Esto exige una continua alteración del pasado, posible gracias al sistema de pensamiento que abarca todo lo demás y que se conoce con el nombre de doblepensar. (p. 223)

Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad. El doblepensar está arraigado en el corazón mismo del Ingsoc, ya que el acto esencial del Partido es el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega... todo esto es indispensable. Incluso para usar la palabra doblepensar es preciso emplear el doblepensar. Porque para usar la palabra se admite que se están haciendo trampas con la realidad. Mediante un nuevo acto de doblepensar se borra este conocimiento; y así indefinidamente, manteniéndose la mentira siempre unos pasos delante de la verdad. (pp. 225-226)

Además del condicionamiento por la vigilancia y del autocontrol que ella exige, la población de Oceanía es manipulada por los medios de comunicación, los cuales están a cargo del Ministerio de la Verdad y proceden mediante dos técnicas: la censura y la propaganda. La censura implica, como en Brave New World una abolición del pasado mediante la desaparición de las artes y la historia, pero en este caso se realiza de distinta manera: el debilitamiento de la memoria individual y colectiva (la pérdida del pasado) se produce no sólo por la imposibilidad brindar información opuesta a la proporcionada por el Partido, sino por la reescritura permanente del pasado y de sus vestigios (de la historia y las artes literarias, principalmente) para hacerlas coincidir con la visión de los hechos del Partido: no se hace desaparecer las artes, sino que se las modifica hasta hacerlas irreconocibles e inocuas; no se niega o se trivializa la Historia, sino que se la manipula para justificar el presente (un slogan del Partido lo explica acabadamente: “El que controla el pasado controla también el futuro. El que controla el presente controla el pasado” –p.42), presentar al Partido como infalible y evitar que la población pueda imaginar modos de vida alternativos
La alteración del pasado es necesaria por dos razones, una de las cuales es subsidiaria y, por decirlo así, de precaución. La razón subsidiaria es que el miembro del partido, lo mismo que el proletario, tolera las condiciones de vida actuales, en gran parte, porque no tiene con qué compararlas. Hay que cortarle radicalmente toda relación con el pasado, así como hay que aislarlo de los países extranjeros, porque es necesario que se crea en mejores condiciones que sus antepasados y que se haga la ilusión de que el nivel de comodidades materiales crece sin cesar. Pero la razón más importante de "reformar" el pasado es la necesidad de salvaguardar la infalibilidad del partido. No solamente es necesario poner al día los discursos, estadísticas y datos de toda clase para demostrar que las predicciones del partido nunca fallan, sino que no puede admitirse en ningún caso que la doctrina política del partido haya cambiado en lo más mínimo, porque cualquier variación de táctica política es una confesión de debilidad. (pp. 223-224. El subrayado es nuestro.)

Aunque es general, la censura entendida como reescritura afecta principalmente a los medios escritos (el protagonista, Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad modificando y reinventando noticias periodísticas y otros documentos escritos; sabemos de otro personaje, Ampleforth, que reescribe poesías). En cambio, el uso propagandístico afecta a todos los medios: a partir de gráficos, diarios o emisiones radio-televisivas por la telepantalla, los habitantes de 1984 están sometidos a un régimen de propaganda permanente a cargo de una única voz presentada como depositaria de la Verdad a través de un único canal, voz que repite las consignas del régimen y presenta las ideas contrarias como deleznables apelando lo emocional en la población (este efecto emocional se presenta en 1984 sobre todo a partir de los medios electrónicos, como se observa en los Dos Minutos de Odio). El resultado de esto es el aniquilamiento del espacio y el pensamiento privado: en todo momento los pobladores pueden ver afiches del rostro enorme, benigno y de ojos omnipresentes del Gran Hermano que señalan “El Gran Hermano te vigila”; dentro de sus casas, las telepantallas, aparatos mezcla radio y televisión que brindan noticias y música militar por vía auditiva y reglamentan la vida y las ideas de los miembros del Partido mediante una combinación de imagen y voz, permanecen continuamente encendidas y vigilantes de modo tal que el individuo nunca está solo. Incluso el escaso entretenimiento existe sólo en función de su contenido ideológico y como mecanismo de control: en el cine sólo se presentan películas bélicas donde el régimen aplasta a sus enemigos (aunque estos sean población civil), y como en los rituales colectivos del Partido denominados “Dos Minutos de Odio” (rituales que semejan mucho a la práctica cinematográfica), “Semana del Odio”, y los ahorcamientos públicos de prisioneros de guerra, se busca con su práctica la liberación de emociones negativas por parte de la población, principalmente dirigidas a los enemigos ideológicos; por otra parte, las novelas, la pornografía y la música, así como la ginebra y el cigarrillo, son mercancías producidas de manera mecánica y masiva que cumplen principalmente la función de distraer a los consumidores, principalmente proletarios.
Finalmente, el último y más importante mecanismo de control social es el que se efectúa sobre el lenguaje, el principal sistema de comunicación y representación del mundo de acuerdo a Calsamiglia y Tusón: Oceanía domina a sus pobladores mediante la creación de la neolengua, un sistema de signos depurado, partidario, que busca privar a los pobladores de sus palabras y eliminar la ambigüedad, la polisemia, la plurivocidad: es decir, busca eliminar la posibilidad de elección y así, la posibilidad de disentimiento y la capacidad crítica reduciendo de ese modo la comprensión sobre el mundo. Como afirma Jem Berkes:
Por su diseño, la neolengua disminuye la capacidad de pensamiento y la memoria de las personas. Es, por eso, ideal para un sistema totalitario, en el cual el gobierno depende de un público pasivo que carezca de pensamiento independiente y tenga una gran tolerancia para los errores, tanto los pasados como los presentes. “Expandir el lenguaje es expandir la habilidad de pensar”, dice Myers (353).  A la inversa, restringir el lenguaje, como ocurre con la neolengua, es restringir la capacidad de pensamiento. Chilton identifica los rasgos específicos de la neolengua que ayudan a restringir el pensamiento: “baja complejidad, poca capacidad de abstracción, y falta de autorreferencialidad” (37). Un pensamiento público así de limitado es lo que el Partido Interno prefiere, porque una población que carece de la habilidad de pensar con claridad implica una amenaza menor que una que puede criticar al gobierno fácilmente y defenderse del daño.[4]

Orwell ya había señalado el peligro de esta precarización del lenguaje derivada de la falta de precisión, el uso como “comodín” de frases armadas, la vaguedad y el eufemismo que desvanece detalles en 1946 en su ensayo “Politics and the English Language”.[5] En 1948, vuelve a plantear la cuestión mediante Syme, filósofo especializado en neolengua y uno de los expertos encargados de redactar la onceava edición del Diccionario de Neolengua, quien señala los peligros del control y la corrupción del lenguaje con claridad:
-¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, acabamos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto, ¿cómo puede haber crimental si cada concepto se expresa claramente con una sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y olvidados para siempre? […] Hacia el 2050, quizá antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron... sólo existirán en versiones neolingüístcas, no sólo transformados en algo muy diferente, sino convertidos en lo contrario de lo que eran. Incluso la literatura del partido cambiará; hasta los slogans serán otros. ¿Cómo vas a tener un slogan como el de «la libertad es la esclavitud» cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos.
La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia. (pp.60-61)

3. 1984 y Brave New World o la resistencia del hombre tipográfico
Con anterioridad se estudió la función de los medios en Brave New World y 1984, prestando especial atención al aparato estatal que los monopolizaba y, en consecuencia, a su inserción en sistemas de control y vigilancia. Es decir, se estudió cómo de acuerdo a Orwell y Huxley los estados de los regímenes políticos presentados en las novelas hacen uso de los medios de comunicación masiva (principalmente los electrónicos) para controlar a la sociedad mediante la censura, la propaganda y el entretenimiento, cómo la esfera política influye en el contenido y en el uso de los medios: en el mundo feliz de Huxley y en la Oceanía de Orwell el Estado tiene control completo sobre los medios de comunicación, y por lo tanto, control completo sobre sus contenidos y la información que la población recibe a través de ellos, con lo cual puede manipular las formas en que la realidad es representada ante la masa que los consume.
A partir de los planteos realizados por Marshall McLuhan, Walter Ong, Neil Postman y Jesús González Requena, a continuación se intentará mostrar la dinámica de la interrelación entre medios y sociedad/Estado a partir del estudio de cómo la sensibilidad y la visión del mundo de las sociedades presentadas en las novelas se corresponden con una determinada configuración mediática sobre las mismas (es decir, cómo los medios favorecen determinadas prácticas políticas y configuraciones sociales por su forma, independientemente de quién controle el contenido de estos medios), y se señalará qué medios de rebelión ante esta situación propusieron los dos autores.

3.1. El medio no es neutral. La historia de la civilización a partir de las tecnologías
En El medio es el masaje (1967) Marshall McLuhan presenta una visión materialista de la historia en la que las infraestructuras tecnológicas diseñan la sociedad y manipulan a los receptores y sus personalidades debido a sus formas, independientemente incluso de los contenidos que puedan transmitir:
Los medios, al modificar el ambiente, suscitan en nosotros percepciones sensoriales de proporciones únicas. La prolongación de cualquier sentido [eso es lo que hacen las tecnologías] modifica nuestra manera de pensar y de actuar –nuestra manera de percibir el mundo.[6]

Resumido a grandes rasgos, de acuerdo al teórico, a lo largo de la historia los medios configuraron tres etapas distintas: una de oralidad pre-escrituraria, una etapa mecánica de la tipografía, y una etapa electrónica.
La primera etapa era tribal y oral, no estaba “masajeada” por tecnologías de la comunicación y, por lo tanto, presentaba una disposición “natural” de los sentidos en la que el tacto y el oído tenían primacía. La primacía del sentido de lo acústico que envolvía al oyente no permitiéndole el distanciamiento de lo percibido implicaba, de acuerdo a Walter Ong, la creación de una cultura acumulativa, de información redundante, homeostática (situada en un presente continuo, con amnesias estructurales de lo que no es necesario recordar), conservadora y tradicionalista, que no favorecía procesos abstractos, analíticos o la objetividad de oyente, sino que lo sumergía en el sonido, envolviéndolo y favoreciendo la creación de grupos unidos.[7]
De acuerdo a McLuhan, el alfabeto fonético y la imprenta dinamitaron lo tribal favoreciendo el desarrollo de lo individual: la primacía del sentido de la vista, que supone una distancia entre lo observado y el observador, y la abstracción, la separación y distancia de los símbolos respecto de los objetos, dio vigor al desarrollo de la conciencia individual y diferenciada de los individuos, hizo surgir el pasado, sentó las condiciones para la aparición de un pensamiento lineal, lógico, conectado y secuencial (un pensamiento continuo racional, analítico y abstracto); dio lugar a la objetividad (el poder de accionar sin reaccionar, de separar el pensamiento de la emoción), y con la imprenta, al punto de vista fijo y privado.
Finalmente, la tercera etapa tuvo lugar con la aparición de los medios electrónicos, que de acuerdo a McLuhan son una extensión del sistema nervioso central (e implican una integración de todos los sentidos, no la primacía de uno de ellos), y se caracterizan por la rapidez e instantaneidad con la que transmiten información. Especialmente en la televisión, la rapidez de la información y la percepción holista del mundo propia de la interacción de los sentidos supone una configuración del medio en forma de mosaico: un mosaico discontinuo, descentralizado, oblicuo y no lineal, que “requiere participación e implicación en profundidad de todo el ser”, al contrario de la escritura, que con su alienación del sentido de la vista favorece el distanciamiento.[8] La instantaneidad de la transmisión en los medios electrónicos supone, además, la instalación de un presente continuo.
Todo esto fomenta un retorno a lo tribal, y el desarrollo de lo que McLuhan denomina una “aldea global”:
El nuestro es un mundo flamante de repentineidad. El “tiempo” ha cesado, el “espacio” se ha esfumado. Ahora, vivimos en una aldea global… un suceder simultáneo. Hemos vuelto al espacio acústico. Hemos comenzado a reestructurar el sentimiento primordial, las emociones tribales de las cuales nos divorciaron varios siglos de alfabetismo.
Hemos tenido que desviar el peso de nuestra atención, de la acción a la reacción. Ahora debemos conocer de antemano las consecuencias de toda política o acción, ya que experimentamos sus resultados sin demora. [...]
El circuito eléctrico compromete profundamente a los hombres entre sí.  La información cae sobre nosotros al instante y continuamente. Apenas se adquiere una información, la sustituye con gran rapidez otra información aún más nueva. Nuestro mundo de configuración eléctrica nos ha obligado a pasar del hábito de clasificación de los datos, a la modalidad de reconocimiento del patrón. Ya no podemos construir en serie, bloque tras bloque, paso a paso, porque la comunicación instantánea nos asegura que todos los factores del ambiente y de la experiencia coexisten en un estado de interacción activa.[9]

Puede leerse una ampliación, cuestionamiento y reformulación de esta visión “mcluhiana” de los medios electrónicos en  Amusing Ourselves to Death de Neil Postman y en El discurso televisivo. Espectáculo de la posmodernidad de Jesús González Requena. Estos autores señalan que el tratamiento de la información (la forma en que los datos son presentados) en los medios electrónicos, y en especial en la televisión, no tiende a imponer, en última instancia, la creación de una “aldea global” solidaria e interconectada, sino principalmente un sensorium caracterizado por la impotencia, la fragmentación, la ahistoricidad, la respuesta emocional, el vacío de sentido, la abolición de la intimidad, la espectacularidad de completa accesibilidad y la banalización. Ambos autores coinciden en señalar que esto se produce debido al discurso heterogéneo y múltiple de la televisión, que articula procesos de continuidad y fragmentación que tienden al vaciamiento de sentido: la televisión presenta una programación continua, siempre presente, sin clausura, que busca incluirlo todo sin realizar elecciones y exclusiones (sin permitir la fijación de un sentido). Esta continuidad y voluntad de abarcarlo todo de la programación, caracterizada principalmente por la frase “Now this…” (“A continuación…”), supone la fragmentación y ubicación en un mismo nivel de importancia a todo lo que compone la programación (por ejemplo, programas y publicidades), con lo cual todo se presenta ante el televidente como espectáculo y entretenimiento completamente accesible y banal independientemente de sus contenidos, debido a que para poder competir en el mercado televisivo y seguir al aire todo lo emitido tiene que responder al criterio económico de “la satisfacción del deseo audiovisual del espectador medio”.[10] La espectacularización de la televisión, la eliminación del sentido debido a su falta de clausura y el hecho de que el lenguaje predominante en la televisión no es el de signos sino el de imágenes, eliminan la comunicación e instalan una relación de consumo en la que se busca generar principalmente respuestas emocionales en el espectador: la televisión consiste en un estímulo constante que no permite, por su rapidez, pensar la información: no apela a la razón sino al deseo:
Nuestra televisión es, ciertamente, un espectáculo hermoso, una delicia visual, emitiendo miles de imágenes en cualquier día. La extensión media de una proyección en una cadena de televisión es de 3,5 segundos, de modo que no hay descanso para la vista; siempre hay algo nuevo para ver. Además, la televisión ofrece a los espectadores una gran variedad de temas, requiere un mínimo de habilidad para comprenderla y está dirigida sobre todo a la gratificación emocional. […] La televisión está dedicada totalmente a dar entretenimiento a la audiencia. [...] Pero lo que quiero destacar aquí no es que la televisión es entretenimiento, sino que ha hecho del entretenimiento en sí el formato natural de la representación de toda experiencia. [...] El problema no es que le televisión nos de material y temas de entretenimiento, sino que nos presenta todos los temas y materiales como entretenimiento. [... Además,] casi todos los programas de televisión están saturados de música, la cual ayuda a decirle a la audiencia qué emociones ha de experimentar. [11]

3.2. La configuración de un sensorium electrónico
Neil Postman introduce su estudio de los medios electrónicos en Amusing Ourselves to Death con a una famosa comparación entre 1984 y Brave New World, en la que señala que mientras las preocupaciones de Orwell al escribir su novela responden principalmente a las de un mundo tipográfico, las de Huxley dan cuenta del surgimiento de un mundo electrónico. Postman sugiere que Huxley ve con mayor penetración el desarrollo de una cultura basada en el entretenimiento trivial y ahistórico que Orwell:
Contrariamente a la creencia prevaleciente [incluso] entre la gente culta, Huxley y Orwell no profetizaron la misma cosa. Orwell advierte que seremos vencidos por la opresión impuesta exteriormente. Pero en la visión de Huxley no se requiere un Gran Hermano para privar a la gente de su autonomía, de su madurez y de su historia. Según él lo percibió, la gente llegará a amar su opresión, y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar.
Lo que Orwell temía era a los que pudieran prohibir libros, mientras que Huxley temía que no hubiera razón alguna para prohibirlos, debido a que nadie tuviera interés en leerlos. Orwell temía a los que pudieran privarnos de información. Huxley, en cambio, temía a los que pudieran brindarnos tanta que pudiéramos ser reducidos a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que nos fuera ocultada la verdad, mientras que Huxley temía que la verdad fuera anegada por un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley temía que nuestra cultura se transformara en algo trivial, preocupada únicamente por experimentar sensaciones varias.[12]

Esta lectura de Orwell y Huxley realizada por Postman puede ser ampliada (reafirmada), pero también criticada. A grandes rasgos, es cierto que la preocupación de Orwell por la censura y la ocultación de la “Verdad” es propia de una perspectiva de la era tipográfica, pero no se puede reducir todo 1984 a ese rasgo de la política de medios de Oceanía, así como no se puede ignorar que la censura también estaba presente en el mundo feliz de Huxley.
A nuestro parecer, tanto la novela de Huxley como la de Orwell dan cuenta de la revolución tecnológica que implicó el paso de una cultura tipográfica a una electrónica, y toman posición con respecto a lo que este cambio en el sensorium podría significar. Si bien en Orwell esto es menos perceptible, la sociedad de Oceanía, como la del Estado Mundial, responde claramente a los rasgos atribuidos por Marshall McLuhan y los restantes teóricos a la era electrónica. Tanto Huxley como Orwell presentan sociedades con prácticas comunitarias rituales de carácter tribal que implican al individuo no permitiendo el distanciamiento. En Brave New World, a partir de la ceremonia de la Orgía Latria se realiza una comunión que funde al individuo en el todo apelando a una exaltación de todos sus sentidos. Huxley refuerza el carácter tribal de estas prácticas mediante las analogías que Lenina Crowne establece con los rituales de los pre-letrados nativos zuñi en la Reserva que visita con Bernard:
Escuchose la música de una flauta casi perdida entre el redoble persistente, regular, implacable de los tambores.
Gustáronle éstos a Lenina. Cerrando los ojos, se entregó a su suave y reiterado redoblar, y dejó que se invadiera cada vez más por completo su ser, hasta que ya no quedó en el mundo para ella sino aquella profunda pulsación sonora. Recordábale tranquilizadoramente los sones sintéticos de los Oficios de Solidaridad en las fiestas del Día de Ford. “Orgía Latria”, murmuró. Aquellos tambores redoblaban con igual ritmo. (p.99)

En 1984, es una práctica tribal el ritual de los Dos Minutos de Odio, que supone una descarga emocional y también implica la pérdida del individuo en la colectividad:
En un momento de lucidez descubrió Winston que estaba chillando histéricamente como los demás y dando fuertes patadas con los talones contra los palos de su propia silla. Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí su papel sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participación porque era uno arrastrado irremisiblemente. (p.20. El subrayado es nuestro.)
                                                          
 En el caso de 1984, esta práctica se realiza recurriendo al medio televisivo, el cual da lugar a un proceso de “autohipnosis” que busca “ahogar la conciencia”(p.23), proceso que es favorecido por la forma del medio: en los Dos Minutos de Odio, la discursividad (que supone la articulación de una argumentación y una función principalmente referencial) se difumina en imágenes de alto impacto visual que son “metáforas delirantes” que apelan al espectador impidiendo el distanciamiento: imágenes que fusionan varias figuras distintas, incluso contrapuestas, en una cadena de metamorfosis para crear un objeto total de odio y de deseo, estrategia que Requena y Zárate destacan como propia del discurso publicitario televisivo:[13]
El odio alcanzó su punto de máxima exaltación. La voz de Goldstein se había convertido en un auténtico balido ovejuno. Y su rostro, que había llegado a ser el de una oveja, se transformó en la cara de un soldado de Eurasia, el cual parecía avanzar, enorme y terrible, sobre los espectadores disparando atronadoramente su fusil ametralladora. Enteramente parecía salirse de la pantalla, hasta tal punto que muchos de los presentes se echaban hacia atrás en sus asientos. Pero en el mismo instante, produciendo con ello un hondo suspiro de alivio en todos, la amenazadora figura se fundía para que surgiera en su lugar el rostro del Gran Hermano, con su negra cabellera y sus grandes bigotes negros, un rostro rebosante de poder y de misteriosa calma y tan grande que llenaba casi la pantalla. Nadie oía lo que el gran camarada estaba diciendo. Eran sólo unas cuantas palabras para animarlos, esas palabras que suelen decirse a las tropas en cualquier batalla, y que no es preciso entenderlas una por una, sino que infunden confianza por el simple hecho de ser pronunciadas. (pp.21-22)

En las dos novelas se presentan como experiencias similares el cine, que también genera en los espectadores una respuesta emocional y que, en el caso de Brave New World, supone además una implicación total del individuo (un desdibujamiento del individuo) porque apela a todos los sentidos y lo sumerge en un marasmo de placer, no permitiendo la distancia crítica. Como vemos, las sociedades configuradas en 1984 y Brave New World reposan en un espacio mediático de índole fundamentalmente acústica y táctil con respecto al cual el individuo no puede distanciarse y reacciona de manera emocional o sensual. Estas sociedades no tienen memoria: viven en un presente eterno porque el pasado se encuentra desdibujado: como señala Mustafá Mond, para la población de Brave New World lo viejo no tiene importancia alguna, ya que no es comprensible y lo que se busca es una permanente actualización del placer (placer que proporcionan los medios, con su permanente oferta de accesibles estímulos nuevos que reemplazan a los anteriores); en 1984¸ el pasado es importante para la política, pero aunque suene contradictorio, no es pasado y no es fijo: se modifica continuamente de acuerdo a un presente que se muestra como congelado (como dice Winston a Julia, “La Historia se ha parado en seco. No existe más que un interminable presente en el cual el Partido lleva siempre la razón” –p. 163). Los medios escritos, en 1984, adoptan la actitud con respecto al pasado propia de los medios electrónicos: mudan su información permanentemente y pierden fijeza, y la población responde a este masaje medial con una pensamiento precario, mutable, fragmentario y esquizofrénico del cual el doblepensar es el mejor ejemplo: más que la censura o el ocultamiento de datos, es la falta de una postura objetiva con respecto a la información, la rapidez con la que ésta es presentada y modificada y lo trivial del su carácter (si cambia permanentemente, se banaliza) lo que dinamita la memoria en 1984. Para observar esto es preciso no analizar el libro desde la postura de Winston Smith, que es quien se rebela ante el régimen mediante el desarrollo de una sensibilidad distinta, sino desde la figura de Julia. Julia, la representación del pathos en la novela, la amante que no lee, ejemplifica el tipo de sensibilidad que favorecen las prácticas electrónicas que predominan en Oceanía. Unas pocas frases de Orwell bastan para demostrarlo (en todas ellas, el subrayado es nuestro):
Julia no recordaba nada anterior a los años sesenta y tantos y la única persona que había conocido que le hablase de los tiempos anteriores a la Revolución era un abuelo que había desaparecido cuando ella tenía ocho años. (p.138)

Odiaba al Partido y lo decía con las más terribles palabrotas, pero no era capaz de hacer una crítica seria de lo que el Partido representaba. No atacaba más que la parte de la doctrina del Partido que rozaba con su vida. (p. 139)

En cierto modo, Julia era menos susceptible que Winston a la propaganda del Partido. Una vez se refirió él a la guerra contra Eurasia y se quedó asombrado cuando ella, sin concederle importancia a la cosa, dio por cierto que no había tal guerra. Casi con toda seguridad, las bombas cohete que caían diariamente sobre Londres eran lanzadas por el mismo Gobierno de Oceanía sólo para que la gente estuviera siempre asustada. A Winston nunca se le había ocurrido esto. (pp. 161-162)

Pero Julia nunca discutía las enseñanzas del Partido a no ser que afectaran su propia vida. Estaba dispuesta a aceptar la mitología oficial, porque no le parecía importante la diferencia entre verdad y falsedad. (p.162)

En cierto modo, la visión  del mundo inventada por el Partido se imponía con excelente éxito a la gente incapaz de comprenderla. Hacía aceptar las violaciones más flagrantes de la realidad porque nadie comprendía del todo la enormidad de lo que se les exigía ni se interesaba lo suficiente por los acontecimiento públicos para darse cuenta de lo que ocurría. Por falta de comprensión, todos eran políticamente sanos y fieles. (p.165.)

Julia no posee un pensamiento crítico y abstracto, sino situacional y referido a hechos concretos de importancia vital; a sus veintiséis años, el único recuerdo que conserva del pasado es de índole emocional (recuerda una canción que le cantaba su abuelo); más allá de esto, su memoria es precaria. Su falta de conexión con el pasado y el hecho de que no sea afectada por la propaganda se debe a que  la información que le es suministrada por los medios a Julia le resulta irrelevante: para ella todo es igual y tiene el mismo valor. Cuando Orwell señala que “Julia no recordaba que Oceanía había estado en guerra, hacía cuatro años, con Asia Oriental y en paz con Eurasia. Desde luego, para ella la guerra era una filfa, pero por lo visto no se había dado cuenta de que el nombre del enemigo había cambiado” (p.162), el “pero” tiene que ser leído como un “por ello”. Julia representa el tipo de espectador moldeado por la cultura televisiva, cuya programación continua y sin clausura  produce un vaciamiento de sentido y una banalización de la información presentada en los programas: un espectador acrítico que no piensa, sino que consume lo que le es brindado, un espectador que para la sociedad de 1984 tiene una estructuración mental ortodoxa (porque, como señala Syme, la ortodoxia significa no pensar ni necesitar pensar, es la inconsciencia).
Para finalizar, en estas sociedades sin memoria presentadas por Huxley y Orwell, en las que las percepciones son fragmentarias y el uso de la información, trivial; en las que, en definitiva, la población no piensa, el individuo, privado, desaparece en la masa, pública. Esta anulación del espacio privado y del individuo es la que se presenta como sede del conflicto en las novelas. En lo que refiere a la abolición del espacio íntimo, en Huxley como en Orwell los medios están permanentemente presentes en el espacio íntimo de los personajes, como ruido de fondo, impidiendo la soledad y la concentración, el ejercicio del pensamiento. En el caso de 1984, la población está forzada a mantener los medios encendidos (las telepantallas no pueden ser apagadas) porque éstos se usan para la vigilancia de la población; en cambio, en Brave New World, como señala Neil Postman, esta intromisión de lo público en lo privado se produce porque la población busca voluntariamente narcotizarse mediante el entretenimiento permanente. En cuanto a la desaparición del individuo, de acuerdo a las novelas ésta se produce en tanto el sujeto se indiferencia en la masa y no es capaz de adoptar una postura crítica de objetividad y distanciamiento ni recordar su pasado histórico. La desaparición del individuo, en 1984 y Brave New World, brinda el marco para la instalación de prácticas totalitarias porque supone la desaparición de la libertad, y con ella, del hombre.[14] Y como se señaló a lo largo de este estudio, en las novelas esto ocurre principalmente por la configuración de un sensorium electrónico que suponga la completa pérdida o la censura de las capacidades propias de la era tipográfica. Esto se percibe con mayor claridad si se analiza por qué medio se realizan los intentos de rebelión en las dos novelas.

3.3. La resistencia del hombre tipográfico
Se puede apreciar que  Brave New World y 1984 son libros que dan cuenta del paso de una cultura tipográfica a una electrónica y que realizan una crítica al nuevo sensorium instalado por medios como la televisión y la radio cuando se analiza en estas novelas cómo y por qué se articulan en ella los intentos de rebelión, y a través de qué medios; si se compara la visión del mundo de los personajes inadaptados al sistema con la del resto de la población: en las novelas de Huxley y Orwell, al igual que en otras distopías como Fahrenheit 451 y Transmetropolitan, la rebelión se produce por parte de personajes que tienen una manera de experimentar el mundo que coincide fundamentalmente con la que McLuhan y Ong describen como propia de la era mecánica: personajes con una fuerte conciencia individual sustentada en el recuerdo del pasado personal e histórico y pensamiento crítico y abstracto que responde a una lógica de la no-contradicción, con respuestas más racionales que pasionales.

3.3.1. Brave New World
En el caso de Brave New World, como el control del Estado Mundial sobre la sociedad es total y no hay modos de efectuar ni de comunicar una ruptura con el régimen, la oposición al mismo es exógena: si bien hay dos voces diferenciadas pertenecientes a la sociedad de Brave New World que tienen conductas heterodoxas, son conscientes de su condición de individuos y cuestionan el régimen (Bernard Marx, especialista en hipnopedia, y Helmholtz Watson, profesor en la Escuela de Ingenieros de Emociones, escritor de frases hipnopédicas y guiones de películas y colaborador radial: ambos individuos relacionados con el ámbito de la escritura), su crítica es personal y proviene de una falta de inserción social debido a capacidades diferentes (Bernard es rechazado por tener un físico maltrecho, y Helmholtz se siente extranjero por ser demasiado inteligente): no son críticos con respecto a la ideología del Estado Mundial y no son capaces de imaginar o desear una ordenación alternativa o un cambio; a la postre se reinsertan en un espacio del Estado preparado especialmente para gente con sus capacidades, las Islas, con lo cual dejan de ser una amenaza para el régimen. La verdadera oposición a la sociedad surge por parte de John, el Salvaje, el joven hijo de una Beta-menos, Linda, y el Director del Centro de Incubación y Acondicionamiento de Londres: criado sin acondicionamiento mediático por su madre biológica en una reserva (“un lugar que a causa de las desfavorables condiciones climáticas o geológicas, o por su pobreza de recursos naturales, no compensa el gasto de civilización” –p.139), como miembro marginado de la tribu de los nativos norteamericanos zuñi, cuya religión es una hibridación entre creencias zuñi y cristianismo, John posee creencias y valores contrarios a los del mundo feliz y propios de la tribu en la que fue criado (cree en la existencia de un dios, en el compromiso interpersonal y la monogamia), y además tiene una manera de percibir al mundo y de ser en él propia del medio escrito en el que se auto-educó: marginado en el ámbito tribal por ser hijo de una mujer ajena a la tribu y con conductas contrarias a las de los zuñi, desde pequeño John desarrolló el hábito de lectura (propiamente, lectura de manuales técnicos y de tragedias de Shakespeare) como modo de refugio (“Cuanto más le señalaban con el dedo los niños, más se afanaba en la lectura” –p. 113), de sensibilidad y de comprensión del mundo:
Las extrañas palabras penetraron en su alma, rugiendo como parlantes truenos; como los tambores de las fiestas del verano, si los tambores pudiesen hablar; como los hombres que cantan la Canción del Trigo, tan hermosa, tan hermosa, que hace llorar; como el viejo Mitsima pronunciando mantranes o fórmulas mágicas sobre sus plumas, sus bastones labrados y sus pedazos de piedra y huesos –Kiadla tsilu silokua. Kiai silu silu, tsid-, pero mejor que los conjuros de Mitsima, porque estaban llenas de sentido, porque le hablaban a él; hablábanle de Linda maravillosamente y sólo a medias comprensiblemente […] ¿Qué significaban exactamente estas palabras? Sólo a medias lo sabía. Pero su fuerza mágica era muy grande, y continuaban rugiendo en su cabeza, y fue como si nunca hubiese antes odiado realmente a Popé; como si nunca le hubiese realmente odiado, pues nunca había podido decir cuanto le odiaba. Pero ahora poseía las palabras [… que] dábanle un motivo para odiar a Popé; y hacían más real su odio; hacían hasta al propio Popé más real. [¨…] Las fórmulas mágicas [las palabras] estaban de su parte, la magia le daba las razones y lo impulsaba. (pp.114-115. El subrayado es nuestro.)

En la novela de Huxley, es este hombre entre dos culturas (la de su madre y la tribal), entre dos lenguas, que construye su propio espacio y medio de expresión a través de los libros (un hombre tipográfico que se abre a otras culturas y se constituye como individuo en esta apertura), el que constituye la oposición al mundo feliz por su libertad de pensamiento, su posicionamiento crítico frente al mundo y a los medios y su capacidad de comunicar ideas y actuar de acuerdo a ellas (Bernard y Helmholtz, aunque no comprenden todas las críticas de John, solidifican su diferencia con respecto al resto del mundo feliz y actúan de manera activa tras conocer e intercambiar conocimientos con el “Salvaje”). John se opone a la sociedad de Brave New World por todo lo que la caracteriza como una sociedad de sensorium predominantemente electrónico: por la desindividualización de los hombres y su inmovilización “esclavizante” a través de los placeres, por su dinámica de entretenimiento permanente, su vacío de sentido y su completa accesibilidad:
Se libran de todo lo desagradable en vez de aprender a soportarlo. Pero es más noble sufrir en el alma –los golpes y las saetas de la suerte-, o tomando las armas contra un piélago- de desgracias, triunfar sobre ellas al fin… Pero ustedes no hacen lo uno ni lo otro. Ni sufren ni luchan. Se contentan con abolir en redondo tiros y saetas. Demasiado fácil. (p. 202. El subrayado es nuestro.)

Como se observa en la cita, John se rebela apelando al lenguaje escrito (en este caso, a una cita de Hamlet); las palabras le dan herramientas para entender, actuar y oponerse al régimen. Cuando su rebelión fracasa por primera vez (tras intentar librar a los obreros Épsilon de sus drogas), y se enfrenta al Inspector Mustafá Mond, cabeza del régimen, mantiene su punto de vista y elige la libertad y no una existencia de placeres a su medida: no escoge ir a una Isla con sus amigos, sino vivir como solitario eremita. Su segundo fracaso es el definitivo, y ocurre cuando sus creencias son trivializadas, espectacularizadas y fagocitadas por la sociedad londinense de Brave New World; su respuesta en este caso es, también, propia de un sensorium de la era mecánica: John elige suicidarse por su verdad antes que someterse a la dinámica del confort y la felicidad vana.

3.3.2. 1984
En el mundo de 1984, donde lo público se introduce en lo privado y el individuo desaparece en la masa de precario pensamiento uniforme y mutable dictado por las consignas partidarias, la rebelión se da por la apelación a valores de la cultura tipográfica, tal como ocurre en Brave New World: el hombre que se opone al régimen (como la mayoría de los que son perseguidos y castigados por el mismo) es un hombre que tiene contacto con la cultura tipográfica (Winston escribe para el Ministerio de la Verdad), y su rebelión consiste en llevar un diario y en leer un libro prohibido. Winston firma su condena ante el régimen cuando compra y escribe en su diario: cuando elabora un espacio propio caracterizado por la fijación (no es posible modificar y reemplazar lo que Winston escribe con tinta en el papel), cuando construye un ser propio a partir de él, adquiere capacidad crítica, de auto-expresión y recupera la memoria. Es interesante prestar atención a cómo Orwell describe la manera en que la aproximación de Winston a la escritura modifica su pensamiento. El narrador de 1984 nos dice que el protagonista compró el diario con la intención de “trasladar al papel el interminable e inquieto monólogo que desde hacía muchos años venía corriéndole por la cabeza” (pp.13-14). Sin embargo, en el momento de escribir, no puede: “no sólo parecía haber perdido la facultad de expresarse, sino haber olvidado de qué iba a ocuparse” (p.13): nadie necesita ni puede ejercitar el pensamiento crítico o la autoexpresión mediante la escritura en una sociedad donde toda información y pensamiento son proporcionados constantemente por la telepantalla. Así, cuando Winston logra escribir, el narrador señala que su letra es infantil y tentativa, y aquello que Winston cuenta es trivial y está referido a otro medio: describe con poca corrección sintáctica y poca cohesión, a borbotones, la trama de una película. Luego describe la gente que vio en el cine, sus reacciones, y finalmente, lo que opina al respecto. Para de escribir porque sufre un calambre, y entonces el narrador aclara: “No sabía por qué había soltado esta sarta de incongruencias. Pero lo curioso era que mientras lo hacía se le había aclarado otra faceta de su memoria hasta el punto de que ya se creía en condiciones de escribir lo que realmente había querido poner en su libro.” (p.15. El subrayado es nuestro.). A lo largo de la novela, a medida que Winston recupera la posibilidad de expresarse y luego accede a la lectura (que le permite “ordenar sus pensamientos y darles una clara expresión” -p.210), crea su pensamiento político, ejercita su memoria y es capaz de enfrentarse de manera crítica y hacer preguntas a otros textos de distinta índole; desarrolla, también, la posibilidad de sentir emociones complejas. En definitiva, genera un espacio íntimo en medio de la vigilancia, elabora su subjetividad y se constituye como individuo con pensamiento independiente, lenguaje propio (Winston no emplea la neolengua al escribir) e historia. 
Como dice Michèle Petit, ejercitando la lectoescritura,
El lector elabora un espacio propio donde no depende de los otros, y donde a veces hasta les da la espalda a los suyos. Leer le permite descubrir que existe otra cosa, y le da la idea de que podrá diferenciarse de su entorno, participar activamente de su destino. Y todo eso gracias a la apertura de lo imaginario, gracias asimismo al acceso a una lengua diferente de la que sirve para la designación inmediata o para el improperio, gracias al descubrimiento, esencial, de un uso no inmediatamente utilitario del lenguaje.[15]

Winston adquiere el poder de construirse a sí mismo, y ese empoderamiento le permite luego actuar en contra del sistema de poder establecido: manteniendo una relación prohibida con Julia, en principio, y participando luego de la que cree una organización independiente y opuesta al régimen. Le escritura libera a Winston, y así, aunque luego es apresado, torturado, reeducado y vencido hasta llegar a traicionar a Julia y a sí mismo, “el poder no puede matar su memoria por completo y dos lágrimas corren por sus mejillas como un resabio de la conciencia que la escritura y la lectura reafirmaron en su ser”.[16]



4. Conclusión
A lo largo del trabajo se estudió la configuración de los medios y la sociedad mediática en Brave New World y 1984 desde dos perspectivas: en primer lugar, desde el control que las esferas de poder pueden ejercer sobre la sociedad a través de los medios, y en segundo lugar, desde el control o “masaje” que los medios pueden ejercer sobre la ordenación social favoreciendo el desarrollo de diferentes tipos de sensibilidades y la aplicación de distintas prácticas de poder.
A partir del primer análisis se observó que las herramientas de control mediático sobre la sociedad que los autores atribuyen al poder son fundamentalmente tres: 1) el ocultamiento de información a partir de la censura, 2) el establecimiento de un régimen propagandista constante que invisibilice otros discursos e instaure una manera única de interpretar determinados hechos, y 3) la instalación de un régimen de entretenimiento permanente que banalice la información, vacíe el discurso de sentido y distraiga y enajene al espectador de la realidad. En las novelas la censura se efectúa principalmente sobre los documentos escritos, aunque el ocultamiento de información también se realiza a través de los discursos de los medios electrónicos. La propaganda afecta a todos los medios, pero en las distopías se plantea que resulta de mayor efectividad cuando se realiza a partir de medios electrónicos, por ser estar éstos más orientados que los escritos a suscitar reacciones emocionales en los individuos. La instalación de un régimen de entretenimiento permanente, por otra parte, se realiza principalmente a través de medios como el cine, la radio y la televisión. Mientras la novela de Orwell hace hincapié fundamentalmente sobre los riesgos de la censura y la propaganda, la de Huxley explora principalmente las consecuencias de la implementación continua de una cultura del entretenimiento. En este sentido puede afirmarse, con Neil Postman, que George Orwell presenta una problemática propia de la era mecánica, en tanto supone que el peligro está en el control sobre la verdad de la información, y no en la banalización de la misma:
Con la televisión, nos encerramos a nosotros mismos en un presente continuo e incoherente. La Historia”, dijo Henry Ford, “es una paparrucha”. Henry Ford era un optimista tipográfico. “La Historia”, replica el enchufe eléctrico, “no existe”. Si estas conjeturas tienen sentido, entonces Orwell se equivocó nuevamente, al menos en lo que a las democracias occidentales respecta. Él percibió la destrucción de la historia, pero creía que ésta sería llevada a cabo por el Estado, que algo equivalente al Ministerio de la Verdad borraría sistemáticamente los hechos inconvenientes y destruiría los registros del pasado. Ciertamente, este es el modo en que actúa la Unión Soviética, nuestra moderna Oceanía. Pero como Huxley predijo más acertadamente, no se necesita nada tan rudimentario. Tecnologías aparentemente benignas dedicadas a proveer a la población con imágenes, instantaneidad y terapia pueden hacer desaparecer la historia de manera igual de efectiva, quizás más permanentemente, y sin ninguna objeción. También tenemos que mirar a Huxley, y no a Orwell, para comprender la amenaza que la televisión y otras formas de imaginería presentan para los cimientos de la democracia liberal – es decir, para la libertad de información. Orwell supuso razonablemente que el Estado, a partir de la prohibición, controlaría el flujo de información, especialmente mediante la censura de libros. En esta profecía, Orwell tenía a la historia de su parte, puesto que los libros siempre han sido sujetos a censura en distintos grados.
[…] La televisión no prohíbe libros, simplemente los desplaza. La lucha contra la censura es un tema del siglo XIX que fue ampliamente superado en el siglo XX. Lo que ahora nos confronta es el problema planteado por la estructura simbólica y económica de la televisión. Aquellos que dirigen la televisión no limitan nuestro acceso a la información sino que de hecho lo amplían. Nuestro Ministerio de Cultura es propio del planteo de Huxley, no del de Orwell. Hace todo lo posible para incentivarnos a mirar continuamente. Pero lo que vemos es un medio que presenta la información de manera tal que la vuelve simplista, falta de contenido, ahistórica y no contextual, es decir, información organizada como entretenimiento. En Norteamérica, nunca se nos niega la oportunidad de divertirnos. Tiranos de todo tipo supieron siempre las ventajas de proveer a las masas de entretenimiento como un modo de pacificar el descontento. Pero la mayoría de ellos no pudieron esperar una situación en las que las masas ignorarían eso que no las divirtiera.[17]


Sin embargo, como señala George Steiner, Orwell no sólo problematizó la censura, problemática propia del totalitarismo estalinista, sino que puso en cuestionamiento la formación social que favorecía “la antihistórica cultura de masas del capitalismo estadounidense”.[18] Esto se observa especialmente en la segunda parte de este trabajo, en la que mediante el estudio de la de estructuración social de los mundos presentados por Huxley y Orwell se llegó a la conclusión de que las novelas de estos autores dan cuenta de la revolución tecnológica que implicó el paso de una cultura tipográfica a una electrónica: tanto la sociedad de Oceanía como la del Estado Mundial responden claramente a los rasgos atribuidos por Marshall McLuhan y los restantes teóricos a la era electrónica: tribalización, ahistoricidad, vaciamiento del sentido, trivialización, apelación a lo emocional, irrupción de lo público en lo privado y desaparición del individuo en la masa colectiva. Este paso desde un sensorium tipográfico que favorece la individualidad a uno electrónico que fomenta la colectividad y la falta de distanciamiento es visto de manera crítica por los autores: en 1984 y Brave New World la desaparición del individuo en la masa propiciada por medios como la televisión y la radio brinda el marco para la instalación de prácticas totalitarias porque supone la desaparición de la libertad; como manera de enfrentarse a esta situación se propone, en cambio, la rebelión mediante la actividad de lectoescritura, que construye la subjetividad, crea un espacio de intimidad, desarrolla la capacidad de pensamiento y libera, si no los cuerpos, al menos las mentes de los individuos.
En definitiva, en Brave New World y 1984 se enfrentan el hombre de la era mecánica y la sociedad electrónica, y los autores valorizan al primero en detrimento de la segunda, apuestan por la libertad en la resistencia del hombre tipográfico.

Bibliografía
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Walter Ong, Oralidad y escritura, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2006.
George Orwell, 1984, Buenos Aires, Booket, 2006.
George Orwell, “Politics and the English Language” en Shooting an Elephant and Other Essays, Londres, Secker and Warburg, 1950. Disponible en Internet: http://orwell.ru/library /essays/politics/english/e_polit (Consulta: junio de 2011)
Michèle Petit, Lecturas: del espacio íntimo al espacio público, México, FCE, 2001.
Neil Postman, Divertirse hasta morir. El discurso público en la época del “show business”, Barcelona, Ediciones de la tempestad, 1991.
Neil Postman, Amusing Ourselves to Death : Public Discourse in the Age of Show Business, New York, Penguin Books, 1986.
George Steiner, “Matar al tiempo (1983)” en George Steiner en The New Yorker (Edición de Robert Boyers), México, Fondo de Cultura Económica y Ediciones Siruela, 2009.



[1] “The society described in 1984 is a society controlled almost exclusively by punishment and the fear of pun­ishment. In the imaginary world of my own fable, pun­ishment is infrequent and generally mild. The nearly perfect control exercised by the government is achieved by systematic reinforcement of desirable be­havior, by many kinds of nearly non-violent manipula­tion, both physical and psychological, and by genetic standardization.” Huxley, A., Brave New World Revisited (en línea). En David Pearce, Brave New World? A Defense of Paradise-Engineering, Amsterdam, British Language Training Centre (BLTC Research), 1998, última actualización en 2008. Disponible en Internet: http://www.huxley.net/bnw-revisited/index.html (Consulta: junio de 2011)
[2] Huxley, A., Un mundo feliz, México, Editores mexicanos unidos, 1985, p.35. El subrayado es nuestro. (Todas las citas y números de página corresponderán a esta edición.)

[3] Steiner, G., “Matar al tiempo (1983)” en George Steiner en The New Yorker (Edición de Robert Boyers), México, Fondo de Cultura Económica y Ediciones Siruela, 2009, p. 128. De acuerdo a Steiner, el llamamiento a una Europa socialdemócrata implica que “La implícita imagen de un mundo dividido sin remedio entre el capitalismo estadounidense y el marxismo soviético es una simplificación excesiva. A juicio de Orwell hay una tercera vía, la del ‘socialismo democrático’”. Steiner, G., op.cit., p. 136.
[4] Berkes, J.,  “Language as the “Ultimate Weapon” in Nineteen Eighty-Four”, 2000 (en línea). Disponible en Internet: http://www.sysdesign.ca/archive/berkes_1984_language.html. (Consulta: junio de 2011) La traducción y el subrayado son nuestros.
[5] Ver Orwell, G., “Politics and the English Language” en Shooting an Elephant and Other Essays, Londres, Secker and Warburg, 1950. Disponible en Internet: http://orwell.ru/library/essays/politics/english/e_polit (Consulta: junio de 2011)
[6] McLuhan, M. y Fiere, Q., El medio es el masaje. Un inventario de efectos, Barcelona, Paidós, 1997, p.41.
[7] Ver Ong, W., “III. Algunas psicodinámicas de la oralidad”, en Oralidad y escritura, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp.38-80.
[8] McLuhan, M., Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano, Barcelona, Paidós, 1996, p. 338
[9] McLuhan, M. y Fiere, Q., op.cit., p. 63.
[10] González Requena, J., El discurso televisivo. Espectáculo de la posmodernidad, España, Cátedra, 1988, p. 52.
[11] Postman, N., Divertirse hasta morir. El discurso público en la época del “show business”, Barcelona, Ediciones de la tempestad, 1991, p.90. El término entre corchetes es nuestro, y pretende corregir una falencia de la traducción original.
[12] Íbid, pp. 5-6.
[13] Requena y Zárate señalan que el uso de la “metáfora delirante” es una de las estrategias de la seducción en los espots publicitarios. En el caso de la publicidad, el objeto total que se crea es un objeto de deseo. En cambio, Orwell la emplea para generar sentimientos de odio y rechazo junto con los de deseo, pero la metodología es la misma. Ver González Requena, J. y Ortiz de Zárate, A., El espot publicitario. Las metamorfosis del deseo, España, Cátedra, 1999, pp.40-41.
[14] Originariamente Orwell pensó titular su novela sobre la derrota del intento de Winston Smith por conservar su individualidad The Last Man in Europe (El último hombre en Europa).
[15] Petit, M., Lecturas: del espacio íntimo al espacio público, México, FCE, 2001, p. 110.
[16] Martínez-Zalce, G., “La reverencia a la cultura escrita, 1984 y Fahrenheit 451”. Revista Digital Universitaria [en línea]. 10 de julio 2008, Vol. 9, No. 7. Disponible en Internet: http://www.revista.unam.mx/vol.9/num7/art53/int53.htm
ISSN: 1607-6079. (Consulta: junio de 2011)
[17] Postman, N., Amusing Ourselves to Death : Public Discourse in the Age of Show Business, New York, Penguin Books, 1986, pp. 138-141. La traducción es nuestra.
[18] Steiner, G., op.cit., p.136.