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15/3/09

El caballero de la carreta: El viaje iniciático y la deificación de la amada en el roman cortés

El caballero de la carreta: El viaje iniciático y la deificación de la amada en el roman cortés

1. Introducción

El caballero de la carreta puede ser considerada una de las creaciones de Chrétien de Troyes más representativas del amor cortés que marcó a la literatura culta del siglo XII en Francia[1]. Realizada por encargo de la condesa María de Champagna, quien brindó «temática y sentido»[2] al libro, y finalizada por el discípulo del escritor, Geoffroy de Lagny, este poema novelesco recorre el proceso de coronación de la mujer como «reina de las Letras y de los corazones»[3] y su deificación, a partir de la descripción de un amor cortés que, según C.S. Lewis, se caracteriza por tener cuatro características definitorias: humildad (puesto que, como señala Cohen, se consideraba que «quien ama obedece»[4], con lo cual el enamorado se ubicaba en una posición de inferioridad y de completa sumisión respecto de la dama amada), cortesía (porque la gestualidad y los modales imperantes son refinados y delicados), adulterio (las relaciones son extramatrimoniales, lo cual implica, asimismo, la necesidad del secreto y de un amor encubierto) y religión del amor (que llevará a una deificación de la amada)[5].

A continuación se intentará analizar las peculiaridades en la exposición del amor cortés dentro de esta novela del siglo XII, prestando especial atención al viaje como rito que conlleva a la consumación del héroe y su elevación hasta ser merecedor del amor de la amada, a la espacialidad presente en la relación de la pareja, representativa de una religión del amor, y a la caracterización de dama amada, que se homologa a una divinidad dadora de ser y redentora del deshonor. Con esto se intentará plantear líneas de lectura que permitan un abordaje de la obra que tome en cuenta la situación histórica que la rodea e influye en las representaciones espaciales y en el código de conducta propios de lo que se denomina «amor cortés».

2. Desarrollo

2.1. El viaje como esquema de iniciación

El Caballero de la Carreta, poema narrativo cuya fecha de composición se calcula entre 1176 y 1181, está articulado, de acuerdo a Gustave Cohen, alrededor de dos temas principales: el amor que domina las almas de los personajes y la guerra que permite la realización del héroe.[6] La novela comienza, a igual que Yvain o el Caballero del León, otra novela de Chrétien de Troyes, con la descripción de un fracaso por parte de alguien socialmente igual al protagonista, Keu el viejo senescal. En este relato, ese fracaso es el que dará lugar y motivo a la aventura del joven héroe, y el que servirá como punto de comparación para mayor glorificación del caballero que lleve a cabo la hazaña exitosamente: mientras que Keu no sólo no pudo cuidar a la reina en el enfrentamiento con el caballero desconocido que desafió al rey Arturo, sino que perdió el duelo por la libertad de los cautivos y, en él, su propia autonomía, Lancelot será quien libere a la dama y a los prisioneros y quien, en el viaje y en la guerra, conforme su propia identidad, de acuerdo con esa identidad individual y colectiva del caballero idealizado que el grupo social pujante pero amenazado de la pequeña y mediana burguesía buscaba definir a partir de la literatura cortés en el siglo XII (Erich Köhler)[7]. Para esto, el protagonista deberá realizar un viaje iniciático en el cual tomará conciencia de sí mismo y de su destino, vivirá experiencias y realizará hazañas que lo llevarán a la realización de lo que en él era potencialmente, a la obtención de lo buscado y a la auto-concreción.

Las andanzas comienzan, entonces, en un espacio altamente simbólico para el imaginario medieval: el bosque, que representa el mundo salvaje de lo que está al margen de la actividad humana, «terreno de la aventura y de la hazaña de iniciación»[8]. En una soledad equiparable al desierto, el bosque se transforma en un lugar de pruebas, centro de la aventura caballeresca, donde el héroe es enfrentado a la tentación y el sacrificio. Así, el caballero sin nombre que parte a buscar a la amada se coloca desde el principio frente a una prueba que habrá de estigmatizarlo durante todo su recorrido: la carreta, vehículo del enano felón, aquella que implica el deshonor y la afrenta. Situado ante la tentación del honor, el orgullo y los dictados de la Razón, el caballero elige al Amor, que en el relato de Chrétien de Troyes se encuentra personificado, y sube a la carreta dejando de lado su prestigio para sumergirse en la vergüenza:

Por aquel entonces las carretas servían como los cadalsos de ahora; y en cualquier buena villa, donde ahora se hallan más de tres mil, no había más que una en aquel tiempo. Y aquélla era de común uso, como ahora el cadalso, para los asesinos y traidores, para los condenados en justicia, y para los ladrones que se apoderaron del haber ajeno con engaños o lo arrebataron por la fuerza en un camino. El que era cogido en delito era puesto sobre la carreta y llevado por todas las calles. De tal modo quedaba con el honor perdido y ya no era más escuchado en las cortes, ni honrado ni saludado. [9]

Si se considera que, de acuerdo a las tradiciones de la época descripta por Chrétien de Troyes, el paseo por la carreta era un rito de exclusión[10], podría afirmarse que esta primera gran prueba a la que debe enfrentarse el protagonista en el itinerario de iniciación lo transforma en un excluido, un sujeto de sospecha peligroso para la comunidad. Se efectúa, así, una metamorfosis figurada del protagonista, que a partir de entonces pierde su reputación y su derecho: «A vos no os toca en absoluto ni siquiera preguntar. Deshonrado está en la tierra un caballero después de haber montado una carreta», afirma la doncella del primer castillo que visita con Galván cuando él inquiere sobre una tercera cama donde les estaba prohibido yacer. Sin embargo, tal como señala Le Goff respecto a otra novela del mismo autor, «apenas se cumple su metamorfosis [la del protagonista], comienza el proceso de reintegración»[11]. La carreta señala el momento de mayor caída en el héroe, aquel en el que queda despojado a nada, y desde el cual debe comenzar a reconstruir el honor; es el momento inaugural de las hazañas caballerescas que habrán de sucederle en un marco geográfico maravilloso donde, en un principio, las distancias se presentan largas, y los terrenos, hostiles e inconmensurables. Luego del traslado en la carreta y de la primera aventura maravillosa en el castillo, Galván y el caballero de la carreta llegan a una encrucijada donde obtienen información sobre el captor y se separan en el viaje al reino de Baudemagus y Meleagante. A partir de entonces, completamente solo, el caballero de la carreta llevará a cabo una serie de proezas mediante las cuales recuperará su dignidad perdida y se irá elevando socialmente gracias a la fama:

Ante el desarrollo de esta aventura, las gentes que estaban en el prado decíanse uno a otro:

«¿Habéis visto? El que estuvo en la carreta ha conquistado hoy tal honor que se lleva consigo a la amada del hijo de mi señor; aunque mi señor lo sigue. En verdad podemos asegurar que alguna virtud habrá encontrado en él [...][12]

En consecuencia, si por un lado el caballero de la carreta es visto y vivido como una amenaza en la comunidad a la que está ingresando, debido a su estigma y a que su finalidad no es otra más que la liberación de los prisioneros (incluyendo, en primer lugar, a la reina Ginebra) y la alteración del régimen existente, por el otro es admirado y reverenciado, tanto por amigos como por enemigos. Se forja así su renombre en ese viaje en el cual él va «abriendo caminos» y «deshaciendo fronteras», y en el que adquiere conciencia de sí mismo, del sentido heroico de la vida y de su destino como salvador y libertador de los cautivos, lo cual se puede apreciar claramente en el episodio vivido en el cementerio, donde el protagonista logra descubrir sin esfuerzo el sarcófago que sólo podría haber sido liberado de su losa por siete hombres, como afirma el ermitaño:

«Sabed que es cosa bien segura que se necesitan esos siete hombres, más fuertes de lo vos y yo somos. Existe una inscripción que reza así: “Aquel que sólo y por su propia fuerza consiga levantar esta losa, liberaría a aquellos y aquellas que yacen en cautividad en la tierra de donde no sale nadie, ni siervo ni gentilhombre, una vez que ha penetrado en ella”. Hasta ahora ninguno de allí ha retornado. Los extranjeros quedan allí prisioneros. Sólo las gentes del país van y vienen y franquean los límites a placer.»[13]

Desde el momento de la revelación en adelante, el caballero de la carreta, Lancelot, no hará más que confirmar la predicción y consagrarse como el liberador heroico. Su fama lo precede: en el encuentro con el vavasor que hace de anfitrión confirma las esperanzas de la familia prisionera en las tierras hostiles, en la batalla de las gentes de Logres contra las del país es mirado como un líder carismático, y los combatientes con los que se cruza lo provocan, no sólo debido al deshonor de la carreta (que el héroe ha ido superando a lo largo de varias pruebas), sino por ser un peligro para la seguridad del reino de Baudemagus. Se renuevan, a partir de su reconocimiento como salvador, las tentaciones que se cruzan por su camino, pero el caballero permanece firme en su propósito de seguir un camino recto hacia el castillo donde espera apresada la mujer amada: no acepta los consejos de los amigos que resultan disidentes con su propósito[14] ni las felonías de los enemigos[15]. Es por esta actitud de firmeza que consigue llegar al último tramo del viaje, el Puente de la Espada, desafío que provoca terror en los demás pero que el protagonista puede aceptar confiadamente, riendo, inspirado por el amor a la dama y la fe en Dios. En el héroe se ha operado un cambio, una maduración: si bien no ha mermado la valentía ni la influencia del móvil que inspira sus acciones, el caballero se observa a sí mismo y es mirado por los Otros que los rodean de manera distinta, valorativa: ya no es la gente del pueblo la que reconoce su dignidad, sino los nobles y el rey Baudemagus, que observan su hazañas desde el castillo. A través del viaje, Lancelot ha efectuado un movimiento progresivo de ascensión e interiorización, y con él arrastra a la gente que observa fascinada sus últimas peripecias: el tortuoso cruce por el Puente de la Espada, el desvanecimiento del encantamiento de los leones, destinados a infundir miedo en aquellos no predestinados, su renuncia a los bienes ofrecidos por el rey de Bade, su combate casi desfalleciente con Meleagante y su victoria, que implica la liberación de los cautivos, la realización de lo que en él existía tan sólo como potencialidad y la consumación de su destino de salvador. En su viaje, el caballero de la carreta no sólo se ha auto-concretado, sino que se ha presentado como una figura liberadora, que «abre caminos» logrando, como señala Le Goff, que los espacios que en la primera parte del relato se habían distinguido con cuidado, dejen de estar separados y se humanicen, de modo que «los personajes pasan de un espacio a otro sin necesidad de guías misteriosos, sin necesidad de someterse a ritos de paso»[16]:

Por todas partes se ha extendido la nueva: la reina está libre por completo, y todos los cautivos han sido liberados con ella. Se irán sin falta cuando les plazca y les convenga. Unos a otros se preguntarán si es verdad: no hablaban de otra cosa cuando estaban juntos. Desde luego no les enoja que sean destruidos los pasos peligrosos. Se va y se viene a voluntad. Nada hay de lo que antes solía haber.[17]

Además, y sobre todo, en su apoteosis el héroe recupera la identidad, el nombre, que le es devuelto por la dama que lo observa desde una de las ventanas de la torre, en el interior del castillo.

2.2. La dama como diosa redentora y elevadora del amante

Se ha señalado que una de las características reconocidas como principales en el amor cortés es la «religión del amor». La novela de Chrétien de Troyes es representativa de este aspecto en cuanto a la presentación de la dama amada como aquella que, ante todo, es quien da identidad al héroe nombrándolo. No es casual que durante todo el recorrido que el protagonista realiza para salvar a su dama su nombre sea una incógnita, y podría considerarse que tampoco es una mera estrategia pensada para mantener la curiosidad del lector: la presentación del héroe de la novela como alguien desconocido, del cual no se menciona el nombre, puede relacionarse con las caracterizaciones que se realizan del personaje como un ser que se encuentra des-centrado, fuera de sí, casi alienado y consumido por la preocupación por la dama amada. El sujeto que emprende la travesía parece vivir para aquella a quien ama, y no tener pensamiento alguno dirigido hacia su propia persona. Se consagra como héroe mediante un viaje que implica su humillación y posterior glorificación, pero en dicho proceso es fundamental la participación de la amada, que se encuentra presente en todo momento como la motivadora de las hazañas del protagonista, de su viaje y de su transformación en lo que está destinado a ser. A mediada que el héroe realiza hazañas, se eleva y se ennoblece gracias al Amor que alienta sus acciones. Este proceso llega al punto cúlmine en el momento de mayor desfallecimiento, cuando durante la batalla con Meleagante al protagonista le es dada, simbólicamente, la identidad por parte de una doncella que actúa como auxiliar e instrumento de la voluntad de la amada al clamar su nombre (Lancelot) para conectarlo, mediante este gesto, con la reina, aquella que lo ha nombrado por primera vez, la que simboliza la consumación de la hazaña primordial del caballero. La visión de la dama es la que hace que crezca en el héroe fuerza y audacia[18], la que enciende su voluntad y audacia como una llama invencible. Es ella, asimismo, la que determina las acciones del protagonista, sometiéndolo hasta el punto de hacerlo peligrar en el combate[19]. La dama es presentada, entonces, como un ser sublime ante el que el amante se inclina con humildad («quien ama es obediente»[20]) y con cortesía en los gestos, una «mujer-diosa» que da ser al nombrar, da fuerzas al que confía en ella y tiene fe, y posee completo dominio sobre la figura del amante, al cual puede destrozar con una negativa, pero puede, también, redimir con una palabra[21], y elevar con un gesto. Esto se puede observar claramente si se analizan las representaciones espaciales en la novela.

Le Goff señala, en Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, que los sistemas de oposición espacial privilegiados por el cristianismo medieval son, principalmente, la pareja alto-bajo y la pareja interior-exterior, entre las cuales las orientaciones valorizadas son las de lo alto y lo interior. Entonces, «el ideal, el programa propuesto al cristiano, es el de la ascensión y la interiorización»[22]. En las relaciones que son mantenidas por Lancelot y la reina y en la caracterización de los personajes se observa permanentemente esta importancia de lo alto y lo interior: la dama es presentada en sus encuentros con el caballero ubicada en todo momento en el interior de un recinto o una construcción y en las alturas, de acuerdo a su posición social y política de esposa del rey, y de acuerdo a su caracterización como «mujer-diosa», mientras que Lancelot suele estar ubicado en el exterior y el terreno bajo, pero con la mirada elevada hacia las alturas de su dama y el interior donde reside. De manera que a pesar de que los dos enamorados son de condición aristocrática, entre Ginebra y Lancelot hay una diferencia cualitativa que se denota a partir de la espacialidad y de código gestual de los miembros de la pareja: el caballero amante en todo momento muestra una actitud de sumisión e inferioridad con respecto a la dama, mientras que ésta actúa con modales dignos característicos de su cargo, observando al amante desde las alturas de, ora una torre, ora un palco de torneo. Sin embargo, esta relación no permanece estática, puesto que con sus hazañas el héroe se eleva hasta hacerse merecedor del amor de la reina, y luego de que ésta lo nombra y lo perdona, se da lugar a un proceso de ascensión e ingreso que equipara a los amantes en un plano de igualdad dado por la comunión en la experiencia sexual. De este modo, El Caballero de la Carreta se describe un procedimiento de ennoblecimiento de los amantes que tiene su momento cúlmine en esa noche donde los barrotes son forzados delicadamente y el amor consumado.

Sin embargo, este triunfo de los amantes tampoco puede persistir, dado que, en definitiva, el descrito es un amor adúltero que precisa permanecer en secreto; un amor marginal, oculto y prohibido. Esto dará lugar a que el esquema presentado inicialmente vuelva a repetirse en la obra de Chrétien de Troyes de manera casi especular: en el torneo de Noauz, al que Lancelot asiste tras haberse perdido y haber sido encarcelado en el reino de Meleagante, el caballero volverá a realizar un viaje desde lo bajo y lo externo, volverá a permanecer como un desconocido para los habitantes del país al que visita y volverá a aceptar con sumisión los mandatos de Ginebra, que será la única en reconocerlo y en nombrarlo (a partir de la intervención de una doncella que desempeña el papel de auxiliar), y que le permitirá finalmente elevarse y consagrarse como vencedor en el torneo.

Esta reiteración en la dinámica de la pareja y en el movimiento espacial del protagonista, este triunfo que no puede extenderse en la totalidad podría analizarse desde la lectura que realiza Georges Duby sobre la juventud en el Occidente medieval. De acuerdo al historiador francés, la juventud, en ese momento histórico, comprendía los años de la vida de un hombre ubicados entre el momento de la investidura hasta el de la paternidad. Señala Le Goff al respecto:

Trátase de un lapso que puede ser muy prolongado [...]; esa busca de aventuras – “un largo reposo deshonra al hombre joven”- tiene una finalidad: la conquista de la muchacha rica. “La finalidad del matrimonio parece realmente orientar todo el comportamiento del joven, es lo que lo hace lucirse en el combate, destacarse en las reuniones deportivas”.[23]

Desde esta perspectiva se explica más acabadamente el amor cortés evidenciado en las relaciones entre Lancelot y Ginebra: la humilde sumisión a la amada, puesto que frente al plano de seguridad social de la dama el amante se encuentra en una situación social incierta (sin mencionar que, además, en este caso la dama tiene un cargo de más alta raigambre en el tejido político de la Edad Media, lo que la ubica en una posición de superioridad respecto del caballero), la cortesía respetuosa del joven frente a la dama, el adulterio como único medio de consumación de un amor cuya existencia se considera imposible entre esposos[24] pero ilegitimable entre amantes, y la religión del amor como representativa de las relaciones entre los enamorados: el amante permanece en una situación de fiel castidad hacia la amada, rechazando las oportunidades de matrimonio que se le presentan, a causa del Amor que lo embarga y lo sumerge en un celibato de adoración; el deseo no-colmado del fiel joven y su falta de inserción social definitiva hacen que permanezca errante y vagabundo, y la aventura en que se embarca se transforma en la búsqueda de la obtención del sentido de la vida, que le es dado y negado a la vez por la «mujer-diosa» a la que ama.

3. Conclusión

Dice Gustave Cohen, al referirse a los poemas narrativos de Chrétien de Troyes, que en ellos son centrales la guerra y el amor, terrenos en donde la hazaña que hará a la figura del héroe ya «no se dedica ahora a Dios, ni al emperador, sino a la «mujer-diosa»[25]. A partir de lo expuesto con anterioridad, puede afirmarse que, efectivamente, durante toda la composición de Chrétien de Troyes sobrevuela, aunque a veces invisible, la imagen de la amada, que es la que inspira el viaje realizado por el héroe y el puerto al que éste aspira a llegar, verdadera “deidad” que motiva y da “ser” al amante al mirarlo y nombrarlo: el autor comienza su composición describiendo el rapto de la dama debido al fracaso de otro hombre, el senescal Keu, y continúa con la descripción del viaje de ennoblecimiento y ascensión que hará un caballero cuyo nombre permanecerá desconocido hasta el momento en que finalmente es mirado por su noble amada (que se encuentra ubicada en un espacio alto e interior, de acuerdo a las representaciones espaciales valoradas en la Edad Media) y nombrado por ella a través de una doncella. Es recién entonces cuando el caballero se revela como Lancelot, y vence, pero dentro de una dinámica donde el triunfo es siempre parcial, dada la imposibilidad del amor total de los amantes, y donde el amor es marginal por ser adúltero, secreto y prohibido. Además, en el viaje realizado y con el reconocimiento ganado el héroe no sólo adquiere honor y gloria gracias a la mirada de su dama, sino que en un momento de apoteosis se trasforma en un salvador del pueblo esclavizado en un territorio hostil que modificará su caracterización a medida que el héroe lo penetre y modifique con su presencia. En definitiva, podría afirmarse, como señala Le Goff respecto de Yvain o el Caballero del León, que «el amor cortesano, “cosa preciosa y santa” (Yvain, verso 6044), es el punto de partida y retorno de una aventura que sólo abandona la corte feudal por el mundo salvaje para retornar a la corte en mejores condiciones»[26] (como ocurrirá cuando Lancelot retorne a la corte del rey Arturo definitivamente, para emprender el último combate contra Meleagante), a la vez que «el héroe asegura [...] la salvación personal en virtud de la salvación de otros»[27].

Bibliografía

· Chrétien de Troyes, El caballero de la carreta, Editorial Alianza, 1986

· Gustave Cohen, La vida literaria en la Edad Media (La literatura francesa del siglo IX al XV), Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1958

· Irving Singer, La naturaleza del amor, Siglo Veintiuno Editores (http://books.google.com/books?id=srdUu7Vh2IQC&pg=PA35 )

· Jacques Le Goff, Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, Gedisa, Barcelona, 2002



[1] Gustave Cohen, La vida literaria en la Edad Media, p. 62-63

[2] Chrétien de Troyes, El caballero de la carreta, p. 11. De acuerdo a Douglas Kelly (Sens and Conjointure in the Chevalier de la Charrette, 1966), la condesa de Champagna especificó a Chrétien de Troyes que el amor de los protagonistas debía ser presentado como un valor superior a todos los valores, fuente de superioridad física y moral, que podía ser adúltero y que debía actuar sobre amante y amada haciendo que éstos estuvieran dispuestos a obedecer sus comandos.

[3] G. Cohen, p. 62

[4] Ibíd, p. 66

[5] Irving Singer, La naturaleza del amor, p. 37

[6] G. Cohen, p. 71

[7] J. Le Goff, p. 11-12

[8] Ibíd., p. 103

[9] Chrétien de Troyes, p. 17

[10] J. Le Goff, p. 134

[11] Íbid, p.91

[12] Chrétien de Troyes, p. 45

[13] Chrétien de Troyes, p. 46

[14] Como ocurre cuando el vavasor le propone que tome un rodeo (p.51)

[15] Entre las que se puede contar la proposición del caballero orgulloso de hacerlo cruzar las aguas del Puente de la Espada en barca. (p.60)

[16] J. Le Goff, p. 103-104

[17] Chrétien de Troyes, p. 86

[18] Chrétien de Troyes, p. 79

[19] Como ocurre cuando ella le pide que no mate a Meleagante, y él cesa instantáneamente de combatir (p.81)

[20] Chrétien de Troyes, p. 81, vv.3798

[21] Tómese en cuenta la escena en la que la reina explica a Lancelot el porqué de su rechazo inicial, y lo perdona y libra de su deshonor al prometerle su amor. (p.93)

[22] J. Le Goff, p. 50

[23] Le Goff, p.111

[24] G. Cohen, p.71

[25] G. Cohen, p. 73

[26] J. Le Goff, Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, p. 109-110

[27] Íbid, p.110